viernes, 28 de diciembre de 2012

SAID (4)

CASA DE JOSÉ LUIS, 1:00

El reloj del salón marcaba la una en punto. Said y Andrés habían envuelto el cuerpo inerte del hermano de José Luis entre sábanas, dejándolo apartado en una de las habitaciones.
Se encontraban pensando en sus cosas, en silencio. Metadonas fumaba un pitillo mientras saboreaba un litro de cerveza. El alcohol y las drogas le habían ayudado durante las últimas horas para aguantar el tipo y no desmoronarse. Le gustaba vivir en ese estado, no deseaba que le entrase el bajón en aquel momento.

No dejaba de mover la pierna derecha. Estaba nervioso. Quería marcharse de allí rápidamente y encontrar a su amigo. No importaría lo que pasase después, tan sólo deseaba volverle a ver. Rafa estaba por encima de Said y los demás. Lo consideraba como a un miembro de su familia -y andaba bastante escueto de familiares en el presente-. Las drogas estaban trastornando su cabeza, ansiaba con ganas salir a la calle y seguir matando infectados. Aquel machetazo en la cabeza de la mujer le había producido placer. El placer que producía matar sin remordimientos, sin que le pudiesen juzgar por ello. Algo estaba comenzando a cambiar en el interior de su cabeza.

El argelino estaba asomado a la ventana, desde donde observaba los coches con anhelo, tratando de recrear el plan de escape una y otra vez en su mente. Quería mantener el cerebro ocupado, sin pensar en su hermana ni en su madre. Todo había sucedido demasiado rápido y resultaba difícil de encajar que hace tan sólo cuatro horas estuviese en aquel mismo salón, tumbado frente al televisor sin preocuparse por nada. “Zombis… qué disparate… en la vida podía haber pensado que me pasaría esto… hay que actuar. Hay que actuar rápido. Tenemos que salir de la ciudad. Las carreteras deben de estar petadas de gente… quizás por mar… pero el tiempo parece que va a empeorar, quizás no sea seguro. Jose… pobre… espero no tener que pasar nunca por eso… ¿y qué habrá sido de mis compañeros del ejército? ¿Y mis amigos de la universidad? ¿Habrán sobrevivido? ¡Dios tengo que hacer algo o me voy a volver loco!”.
- ¿A dónde vas? –preguntó Metadonas-.
- A la cocina. Voy a empaquetar todo lo que pueda ser comestible para nuestro viaje.

En la otra punta de la casa, José Luis se encontraba solo en su habitación, acostado boca abajo y con la cara hundida en su cabecera. Trataba de ocultar sus lágrimas.
Gonzalo no había sido el mejor hermano que uno desearía tener. Pero aún así le tenía aprecio. Mucho aprecio. No solo por los lazos de sangre que los vinculaban, sino porque eran ya dieciocho años teniendo que aguantarlo. Siempre estaban peleándose por todo; se llevaban como el perro y el gato. Discutían día y noche… Pero ya no volvería a poder hacerlo. El recuerdo de las broncas de su padre, las collejas que Gonzalo le daba cuando no estaba atento, las veces que no paraba de darle la brasa hablando sobre coches, soportar su empalagosería mientras hablaba con la novia por teléfono… José Luis sonrió. Después de todo eran buenos recuerdos. Recuerdos que jamás olvidaría. Había tenido que matar a Gonzalo, si, se había convertido en una de esas cosas y no tenía alternativa. Aún así siempre seguiría vivo en su mente. José Luis se levantó de la cama y se secó las lagrimas. “Tu muerte no habrá sido en vano… sobreviviré por ti… es lo único que puedo hacer. Nos vemos Gon…”.
Jose cruzó la puerta de su habitación con determinación. Se acabó lo de ser un gallina.
- Es hora de mover el culo, ¿A dónde vamos? –José Luis irrumpió en la cocina-.
- ¿Te encuentras ya mejor, amigo? No hay prisa. ¿Quieres que continuemos ya con el plan?
- Por supuesto –Jose asintió-. A partir de ahora va a ser así siempre. No será la última vez que tenga que matar un charli. Si dejamos que nos afecte estamos jodidos.
- ¡Así se habla mente fría! Me la pone gorda estar rodeado de asesinos.
- Ya vale Andrés… En ese caso carguemos con todo lo que podamos necesitar. Trae algo de ropa y todos los medicamentos que tengas. Por cierto, tu viejo es militar. Debe tener algún arma en casa, ¿no?
- Sí. Hay un par de pistolas en su habitación. Voy por ellas.
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Un cuarto de hora después tenían tres mochilas cargadas hasta arriba de medicamentos y útiles, varios sacos de dormir y una bolsa de basura llena de comida junto a la puerta. Said se había puesto sobre la sudadera un chaquetón azul de forro polar a prueba de mordeduras. Deberían morderlo con demasiada fuerza si querían atravesar todas aquellas capas de ropa.

El padre de José Luis tenía dos armas de fuego de corta distancia dentro de su caja fuerte. Un revólver M10 Bell y una Glock 17 9mm semiautomática.
Said se sintió muy atraído por la G17. Recorrió con sus dedos el polímero y el plástico que componían el cañón del arma y la agarró por la empuñadura. Pesaba poco. Le gustaba.

Pese a que tenían armas, la munición era otra historia… Treinta cartuchos para el revólver y tres cargadores de Glock. Deberían dosificar todas esas balas. Era importante que les durasen lo suficiente como para escapar de la ciudad.
- Recuerda Jose. Dispara solo a la cabeza. Un objetivo, una bala.
- Hace años que no utilizo una de estas. No prometo nada.
- Bueno, aún así. Retrasemos todo lo posible su uso. Posiblemente los charlis acudan con el ruido de los disparos.

Said le pidió el teléfono móvil a su amigo. Paolo tardó tiempo en contestar, pero finalmente aceptó la llamada. Le dijo al italiano que cargasen con todos los suministros que pudiesen llevar a la espalda y que se preparasen para bajar.
- Guay, estaremos listos en diez minutos, pero no nos hagas estar mucho tiempo ahí abajo.
-No te preocupes, el sentimiento es mutuo. Cuando os vuelva a llamar salir cagando leches hasta la carretera.
- Accettato ¡Buena suerte!

Transcurridos cinco largos minutos Andrés abrió con cautela y salió al pasillo con la linterna.
- Esperad. Me falta algo.
- ¿Que cojones? ¿Va enserio Said? ¿De verdad te lo vas a llevar? –José Luis se quedó perplejo mientras observaba como su amigo aparecía con un maletín negro donde guardaba su viejo portátil-.
- Por supuesto. No tengo ni zorra de a donde nos dirigimos, pero yo no me voy sin mi música y las películas a ningún lao. Aún tengo varias que no he visto.
- Eres un jodido enfermo, ¿lo sabias?
- Ya veremos quien se vuelve enfermo cuando lleve dos días sin jugar a videojuegos.
- ¿Es un reto? ¿Recuerdas quién perdió la última vez?
- Eso no vale, hiciste trampas. Paolo me dijo que te pillo…
- ¡Callaros ya hostias! ¡Tenemos asuntos más importantes a los que atender ahora mismo!
- Espero que al menos lleves porno ahí dentro.
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- David, Eduardo. Coged los macutos, nos abrimos.
- Paolo… Yo no me muevo de aquí.
- ¿Pero que dices tío? Están ya preparados. No debemos perder ni un segundo.
- ¡Que no coño, que no me da la gana!
- ¿Y eso que has cambiado de opinión, David? –preguntó Paolo- Antes apoyabas el plan de Said.
- Pero no pensaba que fuesen a sobrevivir. Están muy mal de la cabeza. Y vosotros dos también –los señaló-. Antes o después encontraremos un coche bloqueando el paso, o decenas de podridos hambrientos. Enserio, paso de ir.
- Pero tío, te vas a quedar aquí solo, ¿cómo esperas sobrevivir sin luz y sin comida?
- ¡Acho Edu, que me comas los huevos y me dejes en paz!
- … ¿Es tu decisión final? –concluyó Paolo tras reflexionar-. Si te quedas aquí no habrá marcha atrás. No podremos volver a rescatarte.
- Tan seguro como que soy un cocinero cojonudo.
- En ese caso… Nos veremos en la próxima vida compañero. Ciao Davide.
- Tened cuidado ahí fuera.
 
Se despidieron, cogieron sus mochilas y comenzaron a bajar escaleras. No tenían más linternas y todo estaba a oscuras. Eduardo empuñaba un pequeño martillo en una mano mientras se valía de un cipo para alumbrar el camino. Paolo le seguía muy de cerca mientras agarraba dos baquetas que habían pertenecido a músicos con mala suerte. Una de ellas la consiguió cuando Blink 182 acudió a Madrid hace unos años. Travis Barker lanzó sus baquetas sobre el gentío después de un espléndido solo de batería y Paolo se pasó varias horas seduciendo a una muchacha hasta que consiguió birlarle una de las baquetas sin que se diera cuenta. Poco después, el grupo se disolvió tras descubrirse públicamente que Mark Hoppus era gay.
La otra la agarró cuando los Avenged Sevenfold tocaron en Murcia. Al cabo de un par de meses, The Rev murió. El italiano sostenía que aquellos palos eran mágicos y le conferían mucha suerte.
 
Aguardaron en la entrada hasta que el móvil de Paolo sonó. Había llegado el momento. Cargaron sus mochilas, empuñaron las armas y atravesaron la puerta del edificio.
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AVDA. DE LOS TOREROS, 1:25

Era el momento de actuar. La última vez Said se había enrollado demasiado con sus comentarios y hasta él mismo acabó poniéndose nervioso. No pensaba volver a dejarse embaucar por sus sentimientos. Tenía un arma y dispararía a lo que se interpusiera en su camino. Además, esta vez el plan sería más sencillo, tan solo estacionarían los coches en mitad de la carretera y darían la señal a Paolo y los demás para que bajasen cagando leches. Luego emprenderían su marcha por la carretera que había visto despejada hasta la Alameda, y desde allí descenderían hasta la calle Real. “Tarea fácil” pensó el argelino. Era imposible que surgiesen complicaciones, solo deseaba que Rafa y Jesús siguiesen con vida para cuando llegasen al Ápoca.
- Conducirás detrás de mí. Usaremos el Opel Astra para abrir camino en caso de encontrar obstáculos.
- Tú mandas.
- Ya sabes que nosotros también te queremos y todo eso, así que déjate la cháchara y vamos ya.
- Bien, pero esta vez salgo yo primero, ¡seguidme!

Said estaba asustado. Era la segunda vez que se iba a exponer al exterior. Las calles eran territorio enemigo y el lo sabía mejor que nadie. “Hay que ser masoca… mira que son ganas de jugársela, pero en fin… a lo hecho pecho”. El argelino entró al portón, le quitó el pestillo a la pequeña verja verde y corrió hasta su coche sin pensárselo dos veces. Abrió la puerta del Opel Astra granate y echó un vistazo a su alrededor mientras metía todas las bolsas en la parte de atrás. La ciudad donde se habían criado era ahora un amasijo de chatarra incandescente lleno de cadáveres resucitados. Giró las llaves.
“Ese sonido como a locomotora”… A Said le encantaba el ruido que hacían los motores de diésel. Le recordaba a un barco de vapor aunque nunca hubiese visto uno. Se trataba de una visión extraña arraigada en su subconsciente. Ajustó los retrovisores, encendió las luces y aceleró, seguido de cerca por el Kia Río grisáceo del padre de José Luis.

Estacionaron los coches frente al parking y salieron de sus vehículos. Habían realizado el trayecto muy despacio para no atraer infectados con el ruido. El gallego se sacó el móvil y llamó a sus amigos para que procedieran con lo planeado. Paolo y Eduardo salieron del edificio y corrieron hacia nosotros, pero tras recorrer unos metros fueron asaltados por un grupo de charlis.
Los infectados salieron de un pequeño comercio de ultramarinos. Uno de ellos incluso atravesó el escaparate en su desenfrenada cacería, rodando por el suelo y desfigurando su rostro tras cortarse con los cachitos de cristal. Parecía como si los muertos hubiesen olido la esencia vital de los vivos. Algo invisible les atraía hacia la carne fresca con descontrol.

Paolo aminoró su marcha, pero Edd continuó corriendo hacia ellos con el martillo en alto. No estaba dispuesto a que una panda de charlis acabase con sus planes de futuro. Su plan de fuga acababa de comenzar y por sus cojones que iban a salir todos con vida de allí.
Alzó el martillo y lo estampó contra la cabeza del primer infectado, un señor mayor con el pelo canoso que llevaba puesto un chándal del Betis. Aquel no-muerto tan sólo presentaba heridas de mordedura en su antebrazo izquierdo. Aún parecía humano de no ser por el color rojo furia de sus ojos y por el extraño contoneo de caderas con el que se desplazaba. Eduardo lo agarró por la cremallera del chándal y continuó atizándole hasta que le hundió el tabique nasal varios centímetros.
Sólo cesó de castigar al señor de verde cuando el segundo infectado intentó apresarle con un abrazo mortal, pero Edu supo esquivarle con facilidad, golpeándole con brutalidad en la espalda cuando lo rebasó. El infectado se tambaleó el tiempo suficiente como para que Paolo pudiese empalarle la cabeza con la baqueta de Travis. Hundió la madera por la cuenca de uno de sus ojos hasta que atravesó completamente el cerebro, quebrándose por la mitad a la vez que el charli se derrumbaba.
Aún quedaban cuatro infectados más frente a ellos.
- La de Rev me la guardo para el próximo figlios di puttana ¡Venga, venire qua!

El plan no marchaba bien. Los cuatro podridos les bloqueaban el camino hasta los vehículos y los estaban reteniendo peligrosamente durante demasiado tiempo. En cualquier momento podían llegar más charlis.
- Voy a sacarlos de allí –dijo Said-. Meteros en los coches y estad preparados para largarnos… ¡EH! ¡EHH! –el argelino corrió hacia el grupo de infectados mientras gritaba para intentar confundirlos-.
- ¡Más te vale volver con vida moro de mierda! –le recriminó José Luis- ¡Aún no he acabado contigo!

Said levantó el pulgar a modo de aprobación y corrió hacia Paolo y Eduardo.
- ¡Apartaos! ¡Voy a disparar!

Sus amigos se escondieron en un recoveco junto a los edificios, dándole vía libre al argelino para poder vaciar su cargador sobre los cuatro engendros. Sonó un disparo, luego otro,… y así hasta diez veces consecutivas en cuestión de segundos. Tres de los infectados yacían muertos y el otro se retorcía entre convulsiones sobre el suelo. Rápidamente, los tres corrieron hacia los vehículos.
- Tío, David no ha venido. Se ha quedado arriba.
- …Bueno, más cómo irás en la parte de atrás.
- No me hace ni puta gracia Said.
- A mí tampoco. Pero visto lo que hay aquí fuera no se si hace mejor que nosotros en no querer… ¡¡Oh mierda!!

Disparar aquella arma no había sido una decisión muy acertada. Un montón de charlis doblaron la manzana, interponiéndose entre ellos y los vehículos. Eran más de una decena y estaban muy hambrientos, corrían como una jauría de perros de caza mientras babeaban y los miraban con furia. Said rápidamente dio señal de retirada.
- ¡Media vuelta, media vuelta! Quizás podamos rodear el edificio.

Corrieron tan rápido como podían. A Paolo le costaba seguirles el paso a Eduardo y Said. El italiano estaba acostumbrado a una vida sedentaria, fumando maría, jugando a videojuegos y tocando la batería. Los muertos le pisaban los talones, pero la suerte estaba de su lado. Quizás fuese cierto que aquellas baquetas le conferían una magia protectora, pero esa magia tenía un extraño sentido del humor.
- ¡¡Ey chicos, esperadme!! … ¡¿¡¿¡PERO QUE COJONES!?!?! –David acababa de bajar corriendo por la puerta del edificio tras recapacitar su decisión-.

El resultado de actuar sin pensar había sido mucho peor que la soledad. Tan siquiera acababa de salir por la puerta se encontró completamente rodeado por la marea de charlis que perseguía a sus amigos. Paolo pudo ver como David intentaba darse la vuelta en un vano intento por volver hasta el sexto piso, pero el destino había decidido ya su final. Los infectados lo derribaron a la altura de las escaleras y Paolo pudo escuchar mientras huía como David gritaba de agonía.
Los infectados le rajaron las tripas con sus garras mientras este aún seguía vivo. El cocinero pudo contemplar aterrorizado como sus agresores se daban un festín con sus tripas.
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Said y Eduardo habían rodeado ya la manzana. Las cosas no estaban mucho mejor en la zona de los pubs. Los charlis acudieron hacia ellos por todas direcciones y al no ver que Paolo les siguiese pensaron que lo habían atrapado, así que bajaron apresuradamente hacia los coches. Said disparó su arma contra la primera oleada pero el cargador se quedó vacío antes de poder abatirlos a todos. Corrió con más fuerzas y cuando estaban a punto de atraparlo, se deslizó junto a la pared del edificio, esquivando las garras de la muerte, que no pudieron engancharse en su forro polar. Echó un vistazo atrás y vio como rodeaban a Eduardo. Este agitó el martillo en todas direcciones presa del miedo, atizando a varios infectados y driblando a los que tenía a su espalda. Lo último que el argelino vio de él fue como emprendía su huía en sentido opuesto, perdiéndose de lejos entre las calles próximas al club de cabos. No llegaría muy lejos perseguido por tantos infectados.

Said llegó hasta los vehículos sin mayor dificultad. Los infectados se habían dispersado siguiendo a sus compañeros y los que aún le perseguían estaban demasiado lejos para suponer una amenaza.
- ¿Qué ha pasado con Edd y Paolo? –le preguntó Jose-.
- No lo han conseguido. ¡Rápido, tenemos que salir de aquí cuanto antes!

El argelino subió a su vehículo y aceleró sin hacer casos a las protestas de José Luis y Metadonas. Se encontraba hecho polvo. Había cometido tantas cagadas ahí fuera… Los disparos, la retirada desorganizada, abandonar a Eduardo en combate… Su cabeza se encontraba alienada, no era consciente de adonde conducía, no podía dejar de darle vueltas en el coco a los últimos acontecimientos. Estaba tan concentrado en sus cosas que por poco atropelló a Paolo cuando este salió de una intersección corriendo con las manos en alto.

Paolo había tomado el desvío a la izquierda cuando se separó de Eduardo y Said. Había corrido tan rápido en su frenética escapada que al coger aire se escuchaban pitidos; asma producida por el tabaco y otros malos hábitos. Se encontraba eufórico y a la vez asustado, con el cuerpo lleno de calambres por el esfuerzo. Una vez se sentó en el asiento del copiloto se sintió como en la gloria divina.
- Pensé que te habían matado. Cuando me giré no nos seguías.
- No podía …seguiros… así que fui inventando sobre… sobre la marcha. Corrí por detrás de las pistas de fútbol y…  fui calle abajo. Si avanzaba rápido sabía que os podía alcanzar.
- Pues me alegro de verte –respondió Said mientras tomaba la rotonda del Corte Inglés. Estaba feliz. Contento por que su amigo siguiese vivo- ¿cómo hiciste para librarte de los infectados?
- Llámalo suerte o como prefieras… David salió en el momento justo... los charlis fueron a por el…
- ¡Dios pobre hombre! Lo siento por el.
- ¡Que le den a ese pezzo di merda! Si hubiese venido con nosotros de primeras podríamos haberles echo frente… nada de esto hubiese sucedido… ¿qué ha pasado con Edd? Dime que no… que no está muerto –se apresuró a decir cuando vio que el rostro de Said se marchitaba-.
- La última vez corría hacia el club de cabos, un montón de charlis lo perseguían… No creo que haya sobrevivido. Lo siento.

Las lágrimas asomaron por los ojos de Paolo. Edu era su mejor amigo. Habían pasado prácticamente toda la vida juntos y ahora se sentía hecho mierda. Se pasó las manos por la cabeza y echó su pelo hacia atrás mientras trataba de digerir la situación. David había sido un capullo y se merecía morir, se lo había buscado él solo, sin embargo Eduardo había combatido con todas sus fuerzas por tratar de llegar hasta ese coche.
- No es justo –dijo entre lágrimas-.
- Es todo culpa mía. No debí disparar, ¡yo atraje a los podridos!
- No Said. No trates de culparte por eso –Paolo se secaba las lágrimas-. Nadie tiene la culpa de que todo esté lleno de charlis. Trata de llevarnos de una pieza hasta el Ápoca y rescatemos a esos dos parguelas cuanto antes.

Con temblores, Paolo se lió un verde mientras Said zigzagueaba entre los coches varados por la Alameda, una de las calles más amplias de la ciudad. Los infectados vagaban a sus anchas por la calzada, eran los nuevos amos de la tierra. Un coche trataba también de abrirse paso entre la chatarra amontonada por la carretera. “No estamos solos después de todo, aún quedan supervivientes”, eso le dio esperanzas a Said. Quizás aún encontrase a sus amigos con vida.

El morro del Opel se abolló al golpear una barricada formada por dos coches patrulla en la carretera de la calle Real. No había ni rastro de los policías, pero sí una veintena de cadáveres alrededor. Más adelante, un charli caminaba sin rumbo por la carretera.
- ¡Por Edd coño! –gritó Paolo cuando lo arrollaron-.

A la altura de la puerta del Arsenal viraron a la izquierda y avanzaron junto a Capitanía. Frente al Ápoca había una pareja de infectados que también fue embestida por Said. Metadonas bajó del Kia y hundió su cuchillo sádicamente en el rostro de los dos podridos, acabando con ellos frívolamente. Su cara dibujaba una amplia sonrisa mientras los mataba. Estaba disfrutando mucho con ello. El argelino pensó que Andrés se estaba volviendo loco a causa del estrés, pero tenía cosas más importantes en las que centrar su atención en aquellos instantes. Desenfundó su arma y traspasó sigilosamente los cadáveres que se apilaban en la entrada del bar. En ese sitio se había librado una auténtica batalla por la supervivencia. Los podridos presentaban todo tipo de heridas: quemaduras, cortes, disparos de bala… El interior del local no era una excepción. El color predominante por todos lados era el rojo oscuro. Las paredes estaban impregnadas de tropezones y vísceras, y sobre el suelo yacían más cadáveres. Alzaron su vista hacia el fondo del bar y solo contemplaron oscuridad, pero aquella oscuridad se movía. No, no era oscuridad, era una decena de charlis apretujados los unos a los otros. Uno se giró hacia los intrusos que acababan de entrar en sus dominios y emitió un aullido de guerra. Pronto, la totalidad de esos seres se abalanzó hacia los muchachos. Hacia la carne fresca.

Said y José Luis se miraron y asintieron, tal como hacían cuando jugaban a los videojuegos. Apuntaron sobre la marea de charlis y descargaron sobre ellos toda la munición de sus recámaras. Tras diez segundos de estruendos no quedaba títere con cabeza. En el ambiente flotaba un intenso aroma a pólvora que olía a victoria. Aún así, se trataba de una victoria amarga.
- Está vacío ¡joder! Aquí dentro no queda nadie. –maldijo José Luis-.
- ¡Rafa! ¡Jesús! ¿¡¡Donde hostias estáis!!? –gritó Andrés mientras se adentraba en el local-.
- Los han matado… -dijo Paolo mientras se le daba una calada a su porro-.
- No seas tan pesimista… Sus putos cadáveres no están por ningún lado. A todo esto, moro, ¿qué ha sido de Eduardo?
- …

Said no quería hablar en aquellos momentos. La pregunta era tan obvia… “David, Edu, Rafa, Jesús,… hemos perdido a la mitad del grupo en pocas horas. Estamos realmente jodidos”. El chirrido de una puerta interrumpió aquel agrio silencio y les hizo ponerse en alerta. Apuntaron con las armas a su alrededor, recordando que aún se encontraban en territorio hostil.
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