domingo, 30 de diciembre de 2012

EDU (1)


1:40, CERCA DEL CLUB DE CABOS…

Eduardo delgado era un tipo muy entrenado físicamente. Seguía una buena alimentación y hacía ejercicio todos los días de la semana. Lunes, miércoles y viernes gimnasio, donde realizaba rutinas de fuerza resistencia. Martes, jueves y sábado atletismo. Ese mismo día había hecho un entrenamiento de intervalos de media duración: doce por cuatrocientos a ritmo de uno cinco.
Era capaz de recorrer los cien metros lisos en trece con cuarenta y cinco segundos. No se trataba de un recordman, pero si alguno podía sobrevivir en aquella situación ese era el. Había conseguido deshacerse de la veintena de charlis que le perseguían corriendo con todas sus fuerzas a través de varias manzanas, y había acabado escondiéndose tras los arbustos del jardín de una pequeña urbanización para recuperar el aliento. Colocó sus dedos índice y medio sobre la arteria carótida y se tomó las pulsaciones durante diez segundos. Si sus cálculos no le fallaban, aún se encontraba a ciento setenta pulsaciones por minuto. Miró a su alrededor: todo se encontraba en calma. Había conseguido dar esquinazo a los infectados, “buen trabajo” pensó.

Decidió que no se movería de allí durante el próximo par de minutos, no sin antes llegar a menos de ciento veinte pulsaciones. Edu sabía de atletismo. Había echo los deberes y quería reponer sus energías al máximo antes de realizar el próximo sprint. Vivía en Santa Ana, en la periferia, y no le sonaba de nada aquella parte de la ciudad. Alguna vez había estado en un bar cerca de allí con Paolo, pero no sabía como ubicarse. El sitio más seguro donde pensó que podría encontrar refugio contra los infectados era el Cuartel de la Guardia Civil, y no tenía ni zorra de como llegar desde su posición. Su plan sería seguir avanzando hasta una zona conocida y luego ya improvisar para llegar hasta el cuartel.

Un minuto. La fatiga comenzaba a disiparse poco a poco. Sus músculos ya no estaban rígidos, había entrado en calor, y su mente –que hasta ahora solo se encontraba ocupada en garantizar su supervivencia- comenzaba a despejarse. Recordó como Said lo había abandonado sin tratar de ayudarle. El argelino ni siquiera se molestó por gritar su nombre o en hacerle alguna seña mientras los charlis lo rodeaban. “¡Me cago en él! Tantos años pensando que era mi amigo… pero juro que esto no acabará así. Cuando consiga ponerme a salvo me vengaré por abandonarnos a Paolo y a mí a las primeras de cambio -diez segundos-. “Jamás me rendiré… -cinco segundos- no les daré ese placer…-tres segundos- sobreviviré. No pueden detener mi escapatoria”.
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En otra vida Edu debió de ser algún grandísimo hijo de puta. Quizás fuese un asesino, un ladrón, o puede que político… Siempre había tenido mala suerte en la vida. Esas pequeñas desgracias que uno dice “eso a mi no me pasaría jamás”, pues eso mismo le ocurría siempre a Eduardo. Si se iba de viaje de fin de curso, perdía el DNI, si quedaba con una mujer, le daban plantón, si una pelota volaba fuera de control, le caía a el en la cabeza, si echaban más queroseno al fuego de una barbacoa, las llamas le salpicaban encima de la ropa… alguien se lo pasaba en grande a su consta, y seguro que ahora mismo disfrutaba mucho viéndole huir de los infectados.
Avanzó entre los edificios que lo rodeaban hasta que llegó a un pequeño terraplén que separaba las viviendas de la autopista. Bajó apresuradamente y cruzó entre los vehículos abandonados que se dispersaban por toda la carretera al tiempo que empuñaba su martillo. En los badenes había vehículos accidentados. La sangre se había coagulado en los espejos mientras que amplios regueros de sangre salían de su interior y se perdían a los pocos metros. No quedaba ni un alma viva allí en medio. Los infectados habrían echo su abril con todos aquellos pobres desgraciados. El muchacho pegó un rebote hacia detrás cuando una palma de mano golpeó uno de los cristales. Tras el, una mujer infectada pegaba su rostro hasta más no poder en un intento por echársele encima. La infectada debió de encerrarse en el coche antes de transformarse, pues los pestillos aún estaban echados desde el interior. Eduardo pensó que comparar a esos seres con zombis era una auténtica bobaliconería, pero el señor con el chándal del Betis y esa muchacha tenían marcas de mordiscos en los antebrazos. Quizás Metadonas y José Luis no estuvieran muy desencaminados con sus teorías.

Todo eso no hacía más que producirle más ansiedad: ahora no estaba solo luchando por sobrevivir y que no lo devorasen, sino que tendría que impedir que lo mordiesen para no acabar como ellos… “Genial, justo lo que me faltaba”. Finalmente, Edd cruzó los quitamiedos del otro extremo del carril y se internó en un amplio parking al aire libre. Al fin sabía donde se encontraba: en los aparcamientos del parque comercial y de ocio Mandarache, un centro comercial construido hace pocos años al noreste de la ciudad. Disponía de dos plantas. En la baja tenía comercios de ropa y compañías telefónicas, pequeñas tiendas donde uno se agobiaría rápidamente cuando se saturaban, mientras que en el piso superior había una bolera con varios restaurantes a su alrededor, un neocine con más de ocho salas y los aseos públicos de la instalación.
Eduardo pensó que los aseos serían una buena opción donde esconderse y tratar de idear un plan para llegar hasta el recinto de la Guardia Civil. Se encontraba a un kilómetro y medio de su destino y no quería que el azar diezmase sus oportunidades. Cuando los infectados le persiguieron junto al club de cabos decidió deshacerse de todo el exceso de carga excepto del martillo. Ahora echaba en falta la mochila llena de provisiones, ya que podría haber repuesto fuerzas encerrado en uno de los aseos. Lástima.

El aparcamiento era enorme. Cien metros le separaban de las escaleras mecánicas cuando dos podridos se cruzaron en su camino por la gran extensión descubierta. Placó al primero clavando su codo en el esternón de aquella criatura. Cuando le hundió el hueso notó como el charli se ahogaba. Aún debía de quedarle oxígeno en los pulmones. Mientras ese muerto se desplomaba el otro se le acercó por el flanco derecho. Edu se posicionó frente a el y hundió el martillo en su sien, abatiéndolo en el acto. Luego se agachó y golpeó al que tenía el esternón roto en la cabeza hasta que dejó de moverse. Ya quedaban dos menos.
Recorrió treinta metros más antes de acabar derrumbándose sobre el suelo. Golpeó el asfalto con fuerza mientras negaba con la cabeza. Frente a el, bajando por las escaleras mecánicas, varios infectados descendían del centro mandarache. No podía saber a ciencia cierta cual era su número en el interior del centro comercial, así que descartó aquella opción. Debería buscar otro escondite pronto si quería tener posibilidades.

Se apresuró a salir del parking en dirección al cuartel de la Guardia Civil, pero no tardó en divisar infectados a lo lejos. Sin darse cuenta acababa de meterse en una ratonera.
A la derecha del centro comercial encontró junto a una gasolinera de autoservicio, una mágica y misericordiosa “M” amarillenta alzándose en lo alto. Nadie le aseguraba que el McAuto fuese a estar abierto y despejado, pero tenía una corazonada. Algo le decía en su interior que sería un lugar seguro. “Las luces están apagadas, sin embargo, toda esta manzana mantiene iluminación eléctrica, así que debe de continuar abierto”.

La puerta estaba cerrada, sin embargo, solo le habían echado el resbalón, así que golpeó con su hombro repetidas veces hasta que acabó cediendo. En el interior yacían varios cuerpos sin vida con los sesos desparramados por toda la zona de recepción, pero no les prestó importancia. Su prioridad era bloquear la puerta que acababa de romper. Se apresuró tanto en amontonar un cúmulo de sillas que no pudo escuchar a alguien acercándose por su espalda. No hasta que escuchó el traquetear de una escopeta recortada que lo encañonaba a escasos centímetros de la nuca. Un empleado de Mcdonald´s con rasgos sudamericanos se dirigió a el.
- Ya no servimos más por hoy güey.
- ¿Cómo? –Eduardo se encontraba muy confuso mientras se giraba para observar cara a cara al tipo que le hablaba-.
- El último McMenú me lo estoy comiendo yo. Ahorita baja el arma. Despacio.
- Escucha tío… –respondió mientras depositaba el martillo sin hacer movimientos bruscos-.
- Yo no soy tu tío pinche webon, ¡y ahora sal de mi establecimiento pendejo!
- Llevo mucho tiempo huyendo de esas cosas… no puedo casi ni respirar, no puedes obligarme a volver a salir ahí fuera tío…
- ¡Vayace no más! Si lo desea puedo darle un juguete de Ben10 para su defenza –aquel tipo golpeó el martillo lejos de Eduardo con una patada- ¿o prefiere un pequeño pony?

Edu iba a estallar. Si aquel cabrón no tuviera una escopeta le hubiese pateado el trasero hace ya mucho tiempo. Apretó sus puños. “Esta pesadilla no va a acabar nunca…”.
- Ya basta Cesar, no seas así. El pobre lo ha debido de pasar mal –una chica regordeta salió de la cocina. En la placa de su uniforme ponía “Hola, me llamo MARÍA”. Deja que se quede al menos hasta que se alejen los infectados.
- Haz caso a María, Cesar. Se un buen chico.
- ¡Tu chitón que ya me tienes enchilado!
- Por favor Cesar –la mujer volvió a suplicarle-. Suelta el arma y hablemos como personas civilizadas.
- ¡Váyanse a la chingada! ¡¿Sabéis lo que voy a hacer? –se acercó hasta apretar el cañón de su arma contra el pecho de Edd- Voy a matarte aquí y ahora de un plomazo, y usaré tus mirruñas para alimentar a los locos.

Iba a disparar. Eduardo sabía que era el o el mejicano, uno de ellos no pasaría de aquella noche. Cesar tomó aire y pasó a encañonarle a la cabeza. Era el momento de actuar. Recordó todos los consejos de defensa personal que su padre le había enseñado cuando era pequeño y todos los matones se metían con el. Valiéndose de la penumbra en la que se hallaban inmersos consiguió apartar la recortada de su cara y desviarla a escasos centímetros antes de que se disparase. El sonido le reventó el oído y la viruta le rozó la mejilla izquierda, provocándole pequeñas abrasiones en la piel. Embistió a Cesar con la rodilla a la altura del estómago y saltó rápidamente tras el mostrador de los trabajadores, esquivando un segundo disparo que impacto en la máquina de los McFlurry haciendo saltar por los aires litros de helado derretido.

Ese disparo marcó su final. Los charlis atravesaron la puerta principal a sus espaldas y lo inmovilizaron contra el suelo antes de que pudiese darse la vuelta. Lo mordieron en el cuello y el trapecio a la vez que pataleaba como un niño. En cuestión de segundos una de las bestias centró su vista en Edd mientras aún masticaba trozos de carne en su boca. Este huyó por la cocina perseguido de cerca por la criatura, que acababa de saltar sobre mostrador. El chico corrió hasta la ventanilla número tres de pedidos y la abrió.

Un viejo Ford Orión maqueado se encontraba frente a él. Miró a ambos lados del pasillo de recogida y no vio ningún vehículo que pudiese cortarle el paso, ni tampoco infectados a la vista. Era su momento de gloria. Saltó al exterior y se metió dentro del coche.
- ¡Ayúdame, por favor! –María le había seguido y pesaba demasiado como para poder trepar por la ventana-.
- Espera –Edd volvió a salir del vehículo-. Ten, coge mi mano.
- ¡¡Ahhh!

Demasiado tarde para ella. Los infectados la empujaron al interior del local de comida rápida cuando estaba apunto de conseguirlo y se dieron un festín con sus carnes.

Edu pisó a fondo el embrague y abandonó el Mcdonald´s mientras se abrochaba el cinturón. Si aquel coche aguantaba lo suficiente podría huir de la ciudad. La parte más primigenia de su cerebro le ordenaba que se alejara lo máximo posible del peligro en vez de atender a razón y llegar al cuartel de la Guardia Civil.
La rotonda Ciudad de la Unión avanzaba casi en línea recta juntándose más adelante con el Paseo Alfonso XIII, a escasos quinientos metros de la salida a la autovía… Podía saborear la sensación a libertad en aquel mismo instante, de echo se encontraba tan alienado pensando en sus cosas que tardó tiempo en detectar el aliento de algo o alguien sobre su nuca. Cuando volvió en si mismo y miró a través del espejo retrovisor vio a un cani flacucho rapado en camiseta de tirantes –con el logotipo de un escorpión- y que llevaba cadenas de oro mirándole con el rostro babeante.
Una vez más el destino se había vuelto a reír de él. Edd comenzó a forcejear contra la bestia mientras el coche avanzaba.
- ¡Quita, aparta tus sucias manos de mi! –gritó Edu-.
- ♪♪♪Mi cuerpo alegre caaaminaaa, porque de ti llega la ilusioooón… ♪♪♪ -en mitad del forcejeo, Eduardo había activado el reproductor de música del vehículo sin darse cuenta con la rodilla-.

Estaba tan centrado en la pelea contra el charli mientras sonaba del fondo Como el agua –de Camarón- que cuando quiso darse cuenta un gato negro había invadido la carretera. Inconscientemente, pegó un volantazo para no llevarse por delante al pobre animal, golpeando de lleno contra los restos de una rotonda en obras a medio construir que se encontraba más adelante. El impacto fue tan fuerte que el cani salió disparado por la ventana mientras el pobre Edu -que si llevaba puesto el cinturón- perdía el conocimiento a la vez que el coche daba tres bruscas vueltas de campana antes de acabar volcado sobre la calzada.
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1 comentario:

  1. Un saludo a todos los mejicanos que me leen desde aquí. En ningún momento escribí este capítulo intentando ofender a nadie.

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