lunes, 31 de diciembre de 2012

JAVIER (3)

CAMPUS DE ESPINARDO, 00:03

   - ¡Crear una barricada tras esa puerta! –alguien disparó una ráfaga corta cuando los infectados penetraron por una habitación.
   - ¡Ya voy Sargento! –Cachorro venía corriendo desde la sala de estar cargado con un sofá a cuestas.
   - ¡Necesito otro cargador!
   - ¡Ahorre munición Blanco, ya casi no nos queda!
   - ¡Ayudadme joder! –gritó Elisa, alzando su voz sobre el resto de quejas que se podían escuchar en mitad del pasillo- ¡Cristina está muriéndose joder!
   - No puedo chutarle más morfina, de lo contrario moriría –Mirillas le negaba con la cabeza. Luego sacó su arma de corto alcance y se dirigió a otra habitación donde los muertos vivientes habían destrozado una segunda ventana.
   - ¡Aguanta Cris! ¡Tenemos que ir juntas a Canarias! ¿Lo recuerdas?... ¿¡Cris!? ¡¿Cris?! Joder, esto no va bien. Se ha desmallado y tiene convulsiones ¡Tenemos que sacarla de aquí!
   - Todos debemos salir de esta prisión –intervino el cabo Alejandro-. ¿Se te ocurre alguna idea hermano?
   - Si. Que bloqueemos todas las puertas. ¿Qué ha sido eso?
   - Ha sonado mucho más lejos. ¡No me extrañaría que estuvieran entrando por otra parte Dios mío, ahí fuera deben de haber más de doscientos!
   - Mierda –masculló Alberto en voz baja. El plan de contención había fallado y tenía a un soldado herido. Para colmo le habían denegado refuerzos y comenzaban a quedarse sin munición. No quedaban tropas aliadas en su sector y el cuartel general estaba sobresaturado atendiendo unidades en peor situación. Sencillamente les habían ordenado que aguantasen, pero no estaba dispuesto a aceptar esa orden. No permitiría que sus hombres muriesen allí dentro.
   - He encontrado las llaves del conserje, mi Sargento –Zamora apareció de entre uno de los corredores. Se mostraba muy nervioso, y es que ni el soldado más veterano podría estar preparado para hacer frente a un enemigo así.
   - ¡Bien joder, bien! –Alberto las agarró y separó los distintos juegos de llaves del primer piso del resto del llavero- Primo, Cachorro. Quiero que cierren todas las habitaciones del ala oeste –un golpe muy violento sacudió la puerta principal del vestíbulo mientras se las entregaba-. ¡Y háganlo cagando leches! –otro golpe aún más fuerte volvió a embestir la madera.
   - ¡Sí, Señor!

   Javier se había encontrado cerca de Elisa y Cristina cuando las decenas de infectados rebasaron la carrocería de los vehículos y le arrancaron el ojo izquierdo junto con parte de su mejilla a la soldado. Juraría que entre los diez boinas negras habrían abatido a más de trescientos de esos seres antes de verse obligados a retroceder al interior de la residencia. Ahora se encontraban acorralados sin escapatoria. La lluvia caía con brusquedad, inundando de barro el aparcamiento y nublando los rostros de sus enemigos. “Casi que mejor así”, pensó Javier, al menos no tendrían que ver sus mutilados rostros a la luz de la luna.
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   El vestíbulo principal parecía un lugar ya alejado en el tiempo, habían pasado los últimos diez minutos de su vida inspeccionando habitaciones y cerrándolas con llave, pensando que así se encontraría más seguros en caso de que los infectados consiguiesen sobrepasar el exterior del edificio. El sonido de sus camaradas tratando de reforzar la puerta principal sonaba muy distante.

   El protocolo a seguir era muy sencillo: Javier abría los dormitorios que no tenían la llave echada y acto seguido se apartaba a un lado mientras Primo se posicionaba delante con su G36 preparado para abrir fuego. A partir de la décima puerta sellada se lo tomaron con más calma, permitiéndose incluso el lujo de poder conversar en voz baja.
   - … ¿Crees que Cristina se pondrá bien? –le preguntó Primo.
   - ¿Acaso no viste como tenía la cara? Ese ojo no dejaba de sangrarle, me extraña que aún siguiese viva. Lo más probable es que muera a causa del shock teniendo en cuenta que el último maldito médico cogió un billete de primera clase y se marchó de aquí junto a ese cretino de Bastida y sus asesinos.
   - Esas cosas le han desfigurado el rostro. Soy incapaz de imaginarme cuanto debe de dolerle.
   - Menos mal que no agarraron a Elisa…
   - ¿Qué te ocurre a ti con la pelifucsia? ¿Es que no puedes sacártela de la cabeza?
   - No es eso –le hizo una seña a su compañero para abrir la próxima habitación-.
   - Claro que lo es. Despejado –siguieron caminando hasta la última puerta del pasillo-. Cuando volvamos cuéntale lo que sientes por ella.
   - ¿Tu crees? –Primo se paró y se encogió de hombros.
   - No tienes nada que perder. Total, no creo que vayas a tener muchas más ocasiones si el sargento no nos saca pronto de aquí.
   - Puede que tengas razón… -Javier se colocó en su posición y le hizo nuevamente la seña a su compañero.

   Abrió. “Despejado”, corroboró Primo, pero aquella sala desprendía algo especial. Notó como una brisa de aire congelado emanaba de la penumbra y se desplazó hasta su interior a ver lo que sucedía: era una sala de estudio más grande que el resto de habitaciones que habían inspeccionado. Tenía un par de estanterías cubiertas de libros y revistas colocados junto a unos sofás muy deteriorados de color oscuro, con la tela rasgada por los laterales y que dejaban salir al exterior espuma mohosa. Siguió recorriendo la sala con la mirilla de su rifle y observó que el suelo se encontraba lleno de cristales ensangrentados desparramados junto a las ventanas. Estas tenían las cortinas flameando en dirección opuesta al viento, dejando entrever las siluetas de media docena de infectados en el interior de la habitación.

   Cachorro se apresuró a entrar cuando escuchó los disparos de su compañero. Estos iluminaban las figuras de sus enemigos en medio de la oscuridad. Primo podía acertar sobre sus cuerpos, pero en aquel entorno cerrado y a oscuras resultaba imposible apuntarles a la cabeza. Lo placaron contra el suelo. Javier escuchó sus lamentos mientras palpaba la pared en busca del interruptor de la luz. No lo encontraba por ningún lado y se estaba poniendo más nervioso a cada segundo que pasaba. Entonces notó que algo le agarraba del pie; uno de esos desgraciados se había deslizado hasta él y rodeó su pierna entre los brazos. Le mordió por encima de las botas y Javier notó como le perforaba la piel y los músculos bajo la ropa. Intentó quitárselo de encima, pero el condenado mordía con fuerzas. Continuó allí gritando hasta que consiguió desenfundar su USP e incrustar una bala en el cerebro de la criatura. “Al fin…” pensó. Pero había perdido demasiado tiempo. Primo ya no gritaba de dolor. No podía. Cuando consiguió encender el interruptor vio que le había arrancado las cuerdas vocales. Sus ojos estaban vacíos, sin alma. Posiblemente muerto.
   - ¡Hijos de puta! –gritó mientras les apuntaba a la cabeza y disparaba.
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   Javier cojeaba por los pasillos dejando tras de si un reguero de sangre. Ese mal nacido le había mordido con saña, la herida era muy profunda y tenía mala pinta. Podía escuchar los gemidos de esas cosas apresurándose a entrar al edificio y corriendo detrás de él. Se apoyó como buenamente pudo en la pared y pidió socorro mientras vaciaba el cargador. Miró otra vez a su pobre pierna y por poco se desmaya de no ser por los alaridos de un infectado que se apresuraba corriendo hacia él. Termino de recargar a tiempo para girarse y dispararle en la cabeza. Luego continuó cojeando. Había estado tan alienado por el pánico que no se había percatado hasta el momento de que no era el único que disparaba, posiblemente el enemigo habría abierto otro frente distinto.
   Abatió seis más antes de toparse con Zamora poco antes de llegar al vestíbulo.
   - ¿Estás bien Cachorro? ¿Qué ha sido de Primo?
   - Muerto. Han abierto una brecha en el edificio y… -un chaval joven en vaqueros y con una sudadera verde ajustada de Nike apareció por el corredor. Le faltaba una oreja y parte del labio superior.
   - Ven –Zamora le agarró del chaquetón y tiró de él mientras disparaba su pistola tres veces contra el infectado-. Hay que cerrar la puerta que separa los dormitorios del vestíbulo, ¿tienes las llaves?
   - Ten… Oí disparos, ¿va todo bien?
   - Cojonudamente. Han sobrepasado el otro extremo del primer piso, pero los Torres lo deben de haber puesto ya bajo control. Es aquí, ayúdame –dijo mientras empujaba una puerta corrediza oxidada.

   Lo había conseguido. Un minuto después se encontraba casi donde todo había comenzado, pero entonces escuchó un disparo seguido del llanto de una mujer. Al llegar se encontraron con Elisa postrada sobre el suelo junto al cuerpo de Cristina, que presentaba un agujero de bala en la cabeza.
   - ¿Qué ha pasado? –preguntó Javier. Nadie quería responder. Posiblemente ellos también deberían de preguntarse lo mismo viendo que Primo no había regresado y que él tenía la pierna sangrando.
   - Se levantó y trató de morder a Ely –respondió Alejandro-. No teníamos otra opción.
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CAMPUS DE ESPINARDO, 0:45

   Los ocho soldados que aún seguían con vida se encontraban en el vestíbulo principal contando munición. El sargento Alberto Torres sabía que no tenían escapatoria posible y había ideado una última estrategia, aunque era demasiado arriesgada. Perdieron la comunicación con el cuartel general y por más que el Cabras trataba de contactar con ellos no respondían desde hacía ya un cuarto de hora. Su tiempo se acababa. O la base Ortíz de Zarate había caído, o bien habían decidido desconectar su frecuencia intencionadamente. Alberto sabía que algo iba mal, estaba seguro de que Ortíz de Zarate estaba resistiendo, “pero es estúpido, ¿por qué motivo entonces habrían decidido olvidarse de nosotros? … Es mejor que no comparta estos pensamientos con la tropa, no debo destruir sus esperanzas… Y menos ahora, es momento de transmitir mis instrucciones…”.
   - Señores –el sargento se levantó y se puso frente a ellos. Al otro lado de la entrada eran perceptibles los gritos, golpes y arañazos de más de una centena de infectados-, no van a enviarnos refuerzos, estamos solos en esto.
   - Vaya hombre, no teníamos ni idea –le interrumpió Javier. El muchacho apretaba el vendaje sobre su herida mientras su cuerpo se sacudía presa de temblores-. Cuéntenos algo que no sepamos, por favor.
   - Muestre un poco más de respeto por su superior, novato –le gruñó Alejandro.
   - Con su permiso, cabo. Métase sus normas de respeto por el culo. ¿Ve mi pierna?... No me encuentro bien, lo más probable es que yo también me transforme en una de esas cosas como le ha pasado a Cristina –Elisa levantó la cabeza y le miró, pero no tenía fuerzas para replicarle nada en absoluto.
   - Como les decía, estamos solos en esto. La única forma que tenemos de huir son el Rebeco y el Santa Bárbara, así que si queremos salir de esta tendremos que llegar hasta ellos abriéndonos paso entre el enemigo. Sé que parece una locura y que probablemente no lo consigamos todos, pero es lo mejor que se me ocurre. Tenemos cinco granadas de humo y munición suficiente para repeler a esas cosas en caso de que necesiten la vista para cazarnos. Podemos abrirnos paso hasta el pórtico si vamos en grupo, así que si alguien no está de acuerdo con este plan que lo diga ahora. Necesito la aprobación de todos vosotros para llevarlo a cabo –sus hombres permanecieron en silencio.
   - ¿Es consciente de que quizás Ortíz de Zarate haya caído? –preguntó Cabras.
   - ¿Cree que las puertas de este lugar aguantarán mucho más tiempo?
   - …
   - ¿Cuál es nuestro lema soldados? –Alberto trató de levantarles la moral recitando el lema de la BRIPAC.
   - ¡TRIUNFAR O MORIR!
   - Cumpliré con mi deber porque la Patria todo lo merece. Y si ten… ¡Y si tengo que morir, Yo moriré dando cara a la muerte! ¡Por la Patria!
   - ¡SANGRE Y FUEGO! –gritaron sus hombres al unísono.
   - ¡Por España!
   - ¡DESPERTA FERRO!
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   Alberto había conseguido despertar las fuerzas de sus hombres de nuevo. Zamora y Blanco se armaron correctamente y subieron con las granadas de humo a la primera planta, preparados para cuando el sargento diera la señal.
   -  Hay demasiados… espero que nos den protección.
   - Somos sus chóferes Blanco, supongo que nos tratarán con cariño. Aún así tampoco estés muy seguro –Zamora se rió por primera vez en mucho tiempo-. Pegados a la puerta hay demasiados, pero después no hay tantos. Un barrido rápido –señaló justo debajo-… Es todo lo que necesitaremos. Eso y unas cuantas plegarias.
   - Nunca he creído en Dios. Quizás sea momento de empezar a hacerlo.
   - Cuando alejas a Dios de tu vida, del colegio, del país… Entonces llega el demonio.
   - ¿Intentas decirme que los muertos vuelven a la vida y tratan de aniquilarnos porque Dios ha perdido su fe en nosotros?
   -  ¡¿Están preparados allí arriba señoritas?! –gritó el cabo Alejandro- El espectáculo comienza. Arrojen las granadas de humo.
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MINUTOS ANTES…

   Mirillas calibraba la G36 de Cristina en la planta baja. Faltaban dos tiradores y habían perdido el arma de Primo, así que le tocaría remplazarlos. El sargento había contado con el para que les escoltase hasta los vehículos. Sus superiores conversaban para apaciguar sus nervios mientras que el Cabras trataba de contactar con base una última vez antes de recoger y empaquetar su equipo. Javier intuía que iba a morir. Podía sentir como el cuerpo le ardía a causa de la fiebre. Le costaba ponerse en pie y caminar, su suerte estaba echada. Solo le quedaba una cosa por hacer antes de morir: Elisa. La pelifucsia se encontraba en una esquina sacando brillo a su arma, rezando una última oración en silencio antes de ir directa al infierno. Cuando lo que quedaba de su escuadrón saliese al exterior los cubriría desde atrás y acabaría con tantas bestias como pudiese antes de morir. No tenía pensado subir a ninguno de los dos vehículos.
   - ¿Cómo te encuentras Elisa?
   - … -No quería hablar. Era comprensible.
   - Le he pedido a Dani que me de uno de estos –le enseñó un pitillo-. ¿Te importa?
   - Claro que no –palpó sus pantalones en búsqueda de otro para ella y le cedió el mechero a Javier-.
   - Gracias –inspiró una calada-. Voy a hacerte una pregunta y quiero que me respondas sinceramente –volvió a fumar.
   - Dispara vaquero.
   - ¿Crees que esos seres me contagiaron al morderme?
   - Claro que no cachorro, ¿por qué iban a hacerlo?
   - ¿Lo dices en serio? Cristina se transformó en uno de ellos…
   - Cristina murió –se apresuró a interrumpirle-. Ya lo dijiste tú antes, son muertos vivientes.
   - Puede, ¿pero entonces porqué tengo estos malditos sudores y la fiebre tan alta?
   - Una vez leí que la boca está llena de bacterias. Probablemente más de las que pueda contagiarte un animal al morderte.
   - Puede que tengas razón –Elisa hablaba muy en serio, tanto que había convencido sustancialmente a Javier-. Tengo que decirte otra cosa… yo… tu… tu me…
   - Ya lo se –asintió, y le mostró la mejor de sus sonrisas-, pero eres demasiado joven para mí.
   - Pero… - no sabía que responderle.
   - ¡Es la hora muchachos! –el sargento Torres les interrumpió- Poneos a cubierto, vamos a hacer estallar esa dichosa entrada por los aires.
   - Supongo que esto no está zanjado, ¿no? ¿Podremos continuar esta conversación en nuestra próxima parada?
   - Supones bien.
   - Genial, pues entonces hasta luego –se levantó y dio media vuelta, pero Elisa lo agarró de la mano. Se acercó hasta que sus cuerpos se rozaron y le dio un beso en la mejilla. Sintió como si descendiera en una gran montaña rusa. Luego ella se alejó apresuradamente.
   - Hasta siempre –susurró en voz baja, de forma que nadie la escuchase.
   - Supongo que esto es lo máximo a lo que puedo aspirar –dijo Javier para sí mismo. Sabía que dentro de poco se transformaría, pero ya no le importaba.
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   Las granadas de humo comenzaron a cubrir todo el exterior de la residencia. Los conductores bajaron apresurados y se colocaron tras sus compañeros en los recovecos del vestíbulo mientras Alejandro apartaba la barricada que habían armado sobre la puerta principal. Podían escuchar a esas cosas allí fuera por encima del sonido de la lluvia.
   - ¡Ahora! –el sargento y mirillas lanzaron dos granadas de mano cada uno. Era todo lo que les quedaba. Luego corrieron a refugiarse. Los explosivos se detonaron y la puerta voló por los aires escupiendo un montón de astillas y extremidades de no-muertos- Primera parte completada, ¡prepárense para formar filas! –entonces el y sus hombres realizaron una formación en cuña y abrieron fuego contra la primera horda de enemigos que se abalanzó contra ellos-. ¡Eliminados! ¡Vamos, vamos, vamos! –gritó mientras avanzaba junto a sus hombres sin romper la formación.

   Ya en el exterior la lluvia caía sobre sus cabezas con fuerzas. El aire estaba condensado por el humo de las granadas y apenas veían a más de cinco metros. Suficiente para ver los vehículos delante suya en cuestión de segundos. Avanzaron sobre el fango.
   Alejandro alzó su metralleta y barrió el flanco derecho, haciendo saltar en pedazos a una decena de enemigos mientras el Mirillas y Alberto cubrían el otro costado. Pasaron treinta largos segundos en el exterior hasta que consiguieron llegar al Santa Bárbara. Blanco corrió hacia la puerta del piloto y fue atacado por una docena de infectados, que lo agarraron de las piernas y comenzaron a morderle con ahínco, impidiéndole encender el vehículo. Desgraciadamente el Cabras había subido a la parte trasera de aquel vehículo pensándose que su compañero conseguiría arrancarlo. Pronto más infectados treparon hasta el y lo rodearon con sus mandíbulas. Nada podía hacer el solo con su pistola para contener a la marea de muertos.
   - ¡La radio! –gritó Alejandro, que se encontraba ya subido al Rebeco junto al resto de la unidad- ¡Cubridme, voy a por ella!
   - ¡Deténgase cabo! –le ordenó su hermano, pero Alex hizo caso omiso- ¡Mierda! ¡Mirillas, Cachorro, Elisa cúbranle! –ordenó mientras agarraba la Browning M2HB y cosía a disparos al resto de objetivos que surgían de entre las sombras.
   - ¡Elisa! –Javier se dio cuenta de que la chica no había subido hasta el vehículo- ¡Elisa no está, ha debido quedarse atrás! –entonces dejó todo lo que estaba haciendo y concentró todos sus sentidos en buscarla hasta que escuchó el sonido de un rifle por donde habían avanzado hasta el Rebeco-. ¡Tengo que salvarla!
   - ¡Ni se te ocurra marcharte! ¡Es una orden! –pero el sargento era ya incapaz de imponerse sobre sus hombres. No al menos en esa tesitura.

   Javier se había dicho antes así mismo que era incapaz de aspirar a más que recibir un beso en la mejilla por parte de Elisa, pero estaba equivocado. Su vida tenía un fin superior, podía cambiar las cosas, podía salvar a la pelifucsia. Allí fuera, a escasos ocho metros, la soldado disparaba contra los no-muertos que se le acercaban. Javier la agarró del brazo con una fuerza que jamás había sentido y tiró de ella, arrastrándola hasta el vehículo entre protestas y disparos. La acercó hasta la parte de atrás y Mirillas la ayudó a subir. Luego miró hacia el Santa Bárbara: Alejandro no lo había conseguido, su cuerpo estaba enterrado bajo un montón de no-muertos que le corroían los músculos a dentelladas. Se acercó hacia el vehículo decidido a subirse a la parte de atrás, y por imposible que pudiese parecerle los infectados pasaban de él, era como si no existiese para todos aquellos seres endemoniados. “Quizás sea por la herida, puede que ya me consideren uno de ellos. Si. Debe de ser eso”, pensó mientras subía al vehículo y apartaba uno a uno a todos los no-muertos hasta ver el cuerpo de Alejandro Torres. Los infectados no lo habían matado, su cuerpo aún emitía impulsos nerviosos, estaba envuelto en espasmos y con los ojos abiertos como platos. Sostenía el equipo de radio entre los brazos. Se había aferrado a el con fuerzas y a Javier le resultó complicado arrebatárselo. Después bajó del vehículo y se acercó al Rebeco, donde sus compañeros continuaban disparando sin cesar. Lanzó el equipo de radio a la parte de atrás y se despidió de ellos.
   - ¡Ha sido un placer servir con ustedes!
   - ¡Sube ya maldito imbécil! –gritó su superior.
   - Yo ya estoy muerto sargento. Ahora váyanse de aquí.
   - ¡Darse prisa joder! –Zamora acababa de volarle los sesos de un disparo limpio a un infectado que había roto la ventana del copiloto-.
   - Entonces esta es nuestra despedida cachorro, ¡Desperta Ferro!
   - ¡Triunfar o Morir sargento! –Alberto asintió con la cabeza.
   - ¡Sáquenos de aquí Zamora!
   - ¡Levanta esos ánimos Elisa! ¡Ya me lo agradecerás algún día!

   El rebeco rugió y salió de allí acelerado mientras el Mirillas y Alberto se despedía de Javier con el puño en alto, dejándolo allí tirado, rodeado de monstruos. “Parece que no se ha alegrado de que la salvase… en fin… con tanta acción no me he dado cuenta de lo mucho que me duele la cabeza, joder”.

   Mientras la marea de infectados desaparecía persiguiendo a sus compañeros le dio tiempo a subir al Santa Barbara y rebuscar junto al cuerpo de Blanco su paquete de tabaco. Aún le sorprendía que los infectados no hubiesen devorado por completo los cuerpos de sus compañeros. Allí, junto a él, Blanco, Cabras y Alejandro se encontraban en un trace profundo. Posiblemente incubando aquel mismo virus que el notaba fluir por sus venas, a punto de corromperlo por completo. Pensó en disparar a sus compañeros y así librarles de su sufrimiento, pero sus manos ya no le reaccionaban bien. Era incapaz de coordinarlas para apretar sujetar una pistola y apretar el gatillo, de hecho, era incapaz de mantener el pitillo que estaba fumando en su boca. Su cuerpo comenzó a convulsionar bruscamente antes de caerse de rodillas sobre el suelo. “No… quiero… morir… soy… demasiado… joven… aún…” sus codos fallaron y se precipitó contra el suelo. Sus pulmones ya no respiraban. Estaba muerto.
   Cinco minutos después algo que ya no era Javier abrió los ojos y se incorporó sobre sus piernas inestables. Era incapaz de pensar por sí mismo. Una única idea surcaba su cerebro muerto: propagar la infección.
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