21:20, CALLE REAL
Sin coche en el que
escapar solo quedaba una opción: Correr. Correr tan rápido y tan lejos como sus
piernas les permitiesen hasta encontrar un lugar seguro.
El lema olímpico, Citius, Altius, Fortius (más rápido, más
alto, más fuerte). A esa expresión habían quedado reducidas sus vidas. Solo los
mejor adaptados sobrevivirían a este Armagedón, y ellos no parecían
precisamente los candidatos más aptos para ocupar la vacante de superviviente.
A Rafa y Jesús ya les
pesaba el alma del esfuerzo. Habían recorrido prácticamente toda la Calle Real dando esquinazo a varios
infectados, pero no eran los únicos que corrían como posesos: mucha más gente
se encontraba en su mismo pellejo, tratando de huir también.
- Estamos jodidos
tronco –Jesús jadeaba- esto no tiene fin. Solo más… más camino en línea recta…
No… No me quedan fuerzas…
- ¡Aguanta hermano! ¡La
entrada del Arsenal está aquí al
lado… eso tiene que ser seguro! Los… Los militares nos protegerán.
Pronto quedaron
patidifusos al alcanzar la puerta del recinto. El fabuloso plan de Rafa tenía
un gran fallo: muchos habitantes de la zona habían pensado justo lo mismo que él,
penetrando tras las amarillas murallas del Arsenal y atrayendo consigo a los
infectados.
Muchas de esas
criaturas se encontraban detrás de la puerta. Encorvados. Alimentándose con las
entrañas de decenas de cadáveres. Roían sus cuerpos como ratas, hurgando entre
las fibras musculares en busca del tejido adiposo. Grasiento. Grasiento y
tierno. Como más les gustaba.
El macabro festín unido
a la falta de oxígeno y la acumulación de ácido láctico le jugaron una mala
pasada a Jesús, que calló rendido sobre el suelo con las piernas agarrotadas.
La visión de todas aquellas criaturas alimentándose, unido a su lamentable
estado de salud, consiguieron que comenzase a vomitar todo lo que había comido
aquel día.
La moral de ambos se
encontraba bajo mínimos. ¿Sin fuerzas ni para respirar, como diantres iban a juntar
la voluntad suficiente para no quedarse allí tirados? Sólo era cuestión de tiempo que alguna de
esas criaturas se percatase de su presencia.
- Y ahora… ¿Por donde?
–preguntó Jesús mientras se secaba las babas con la manga-.
- …Por aquí –Rafa
agarró a su amigo del pescuezo y echaron a correr junto a Capitanía-.
- ¿A dónde me llevas?
Por aquí se… se vuelve al centro de la ciudad. No tendremos escapatoria.
- Confía en mi…
¡Resiste coño!
Rafa no iba a permitir
que aquellas cosas lo devorasen. Se aferraría a su vida como si fuese un clavo
ardiendo. Siempre lo había echo. Valoraba su pellejo demasiado para darse por
vencido tan pronto. Aunque la idea del Arsenal hubiese resultado un fracaso
total aún le quedaba un as en la manga. Ver a su amigo potar le había dado una
magnífica idea.
Tras bordear Capitanía giraron a la izquierda, llegando
hasta una estrecha callejuela que se juntaba más adelante con la Calle Mayor. Pero no era hasta allí a donde
tenía pensado llegar Rafa.
- ¡Está abierto! –su
cuerpo se cargó momentáneamente de vitalidad-. ¡Entremos, rápido!
- ¿Al Apoca? ¿Qui…quieres que paremos a
tomarnos unos tercios para reponer fuerzas… pe…pedazo de… de mamón?
- Algo parecido… No me
hagas hablar que… me… me falta el aliento… Entremos y bloqueemos la puerta.
En mitad del callejón colgaba
el letrero del bar Apocalipsis, donde
Said y todos sus amigos habían pasado decenas de noches bebiendo cerveza.
Conocían muy bien aquel tugurio de mala muerte. La vomitera del cocinero le hizo
recordar a Rafa todas las noches que había acabado sujetando a su amigo por la
cabeza mientras este lo echaba todo por el váter.
Rafa entró primero en
el local, empujando a Jesús a su interior y exigiéndole rapidez para bloquear
la puerta como buenamente pudiesen.
El joven respiró
aliviado mientras taponaba la entrada y sentía que se habían librado de los monstruos.
Pero aquel sentimiento de alivio duró poco. Se disipó fugazmente cuando escuchó
los gemidos de una de esas cosas detrás suya.
Ambos amigos se miraron
cara a cara, en silencio, como preguntándose el uno al otro si realmente habían
escuchado lo mismo. No hizo falta respuesta. Un nuevo gemido a sus espaldas les
sirvió para cerciorarse.
Era la chica que solía
trabajar de camarera en el Ápoca. Se
encontraba a lo lejos, junto al billar que había cerca de los aseos. El tenso
silencio se rompió cuando la camarera se lanzó apresuradamente hacia ellos, y
Rafa, cansado ya de huir, le salió al encuentro enfurecido.
Caminó a paso decidido
por el estrecho pasillo que quedaba junto a la barra del bar hasta que la
infectada se encontró a escasos metros de él. Entonces preparó su puño derecho.
Se encorvó hacia atrás rotando su cadera para ganar recorrido e impulso, y le
asestó un derechazo brutal sobre el maxilar, hundiéndole la mandíbula inferior
hacia arriba con tanta fuerza que un puñado de dientes astillados salieron
disparados por los aires.
La camarera acabó
tendida sobre el suelo, y antes de que pudiese levantarse, en un momento de
enajenación e impotencia, Rafa agarró un taburete con ambas manos y arremetió
con el bruscamente contra el rostro de la chica. A los siete golpes el cráneo
ya había dejado de existir. En su lugar, desparramado sobre el suelo, se
encontraba un puré de sesos que se extendía hasta el tapiado de las lúgubres
paredes del establecimiento. La frustración de Rafa era total. Su cerebro actuaba
cada vez más violentamente a medida que se hacía más evidente que todo aquello
era real.
- ¡¡¡PUTA, PUTA,
PUTA!!! ¡¡¡Que me cobrabas dos euros por cada tercio y eras una jodida
estrecha!!! ¿¡¿¡Quién esta pagado ahora, eh!?!?
- Rafa, Rafa, ¡Rafa!
¡Ya basta tío, está muerta! ¡Le has reventado la cabeza joder!
- ¡Ahhh mierda!… ¡Esta
zorra me ha dejado pringado de sangre!... Dios… Necesito un trago.
Cuando su amigo se hubo
relajado un poco, Jesús avanzó hasta el fondo del bar e inspeccionó los aseos
cuidadosamente en busca de más criaturas.
- Todo despejado. Creo
que deberíamos de cerrar esa puerta con candado cuanto antes… Joder Rafa, deja
de golpear a la pobre muchacha, no tiene la culpa de no haber querido nunca
liarse conti…
Escucharon el sonido de
algo desplomándose sobre el suelo. Entre Rafa y Jesús, en medio del pasillo
frente a la barra, había un pequeño habitáculo donde guardaban los barriles de
cerveza y tenían colocado un viejo futbolín desengrasado. Por el par de
escalones que daban acceso a la sala
comenzó a deslizar el espumoso líquido dorado que contenían los
recipientes. Aguardaron en silencio. Se escuchó el chapotear de unos pasos
dentro de la habitación, seguidos de la aparición de la dueña del bar, que bajó
los peldaños con la calma y tranquilidad de quien divaga inmerso en su propio
mundo, ajeno a todo lo que sucede a su alrededor.
Era una mujer mayor.
Rechoncha. De más de noventa kilos. Vestía unos pantis rotos y una camiseta de
redecillas. En el pasado siempre se habían reído de ella mientras les servía
cañas, pero ahora más bien les daba lástima. Tenía los brazos acribillados a
mordiscos y las uñas rotas. La señora o lo que quisiese que fuera ahora clavó
su gélida mirada sobre el cadáver inerte que yacía sobre el suelo. Pese a estar
infectada parecía que aún guardase algo de cordura. Comprendía que su camarera estaba
muerta. Muerta para siempre. Emitió un chirrido de desesperación a la par que
se tiraba del pelo, arrancándose varios mechones de cabello. Luego contempló la
figura del asesino de su amiga.
El pulso y la
respiración de Rafa volvieron a acelerarse. Ese ser le estaba contemplando
fijamente a través de sus cuencas vacías de vida. No era algo con lo que se
pudiese mediar. Rafa se lamentó por su mala suerte. Era la segunda vez que una
de esas cosas lo contemplaba tan de cerca.
De pleno improviso la
mujer se abalanzó sobre el chico, que reaccionó a tiempo, consiguiendo detener
a la mole, la cual lo había arrinconado ahora contra la pared. Al igual que el
resto de esas criaturas, ahora se encontraba muy sobreexcitada. Se movía
convulsamente mientras trataba de arrancarle la yugular de cuajo.
- ¡Ayuda Jesús! ¡Esta
puta gorda pesa demasiado! ¡No puedo solo!
Jesús no sabía que
hacer. Echó un rápido vistazo a su alrededor y detuvo su mirada al otro lado de
la barra. Una hermosa espada medieval colgaba de la pared frente a sus ojos,
tras la caja registradora. No se lo pensó dos veces: se subió sobre la barra,
agarró la espada, se colocó tras la infectada, y clavó el acero con fuerza,
hundiéndole la hoja en el cráneo. Esta le atravesó el cerebro y acabó asomando
por la boca de la criatura, deteniéndose a escasos centímetros de la cara de su
amigo.
- ¡Hijo de puta! ¡Por poco
me matas! –contestó Rafa mientras se deshacía del cadáver-.
- ¿Qué tal un gracias por salvarme la vida y
todo eso? –le respondió Jesús mientras propinaba un par de puntapiés al cuerpo
de su víctima, comprobando que se encontrase muerta-… Eres un hijo de puta con
mucha suerte, ¿sabes?
- La verdad es que sí.
Aún sigo de una pieza.
- No lo decía por eso
tronco.
- ¿Y entonces?
- ¿No te has dado
cuenta? Ya van tres mujeres que te tiran esta noche.
- Capullo…
Rafa rebuscó entre los
cadáveres hasta que dio con las llaves de la verja. Pero antes de poder cerrar,
la pequeña barricada que habían montado en la puerta principal cedió, y tres
infectados entraron corriendo.
Jesús reaccionó tan
rápido como pudo, cargando contra el primero e incrustando el acero de su
espada en el cráneo de su agresor. El segundo infectado se encontraba muy
cerca. Lo tenían crudo. Mientras se encomendaban a Dios y se preparaban para el
choque resonaron dentro del bar dos disparos. Los infectados se desplomaron
sobre el suelo, pringando a Jesús de sangre hasta arriba. Cuando se limpió los
ojos divisó al artífice de los disparos. Un policía moribundo se encontraba
apoyado junto a la puerta.
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GLOSARIO:
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Capitanía: Residencia Real del Rey de España situada en
la zona centro de Cartagena, junto a la calle
real.
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