22:45
CAMPUS DE ESPINARDO, MURCIA
- La cola no avanza y la muchedumbre se
impacienta –susurró Zamora para sus adentros- … ¡Ey doc! ¿Puedes darte más
prisa con eso?
- ¡Voy lo más rápido que puedo! –le respondió Rodríguez mientras hacía gestos a sus chicos para que escoltasen a los civiles- Estos ya están, ¡traedme a los siguientes!
- ¿Cómo ves la situación? –le preguntó Primo a Zamora.
- Jodida –respondió mientras se encendía un
cigarro-. Demasiada gente y muy pocos porteros vigilando. Si deciden romper el
cordón de seguridad la llevamos cruda…
- ¡Señor vuelva a la cola, aléjese del
perímetro de seguridad!
Un hombre anciano se habría paso a empujones entre la multitud. Se situó frente a la cinta de seguridad que les separaba de los soldados y comenzó a refunfuñar. Vestía una gabardina gris y llevaba un pañuelo manchado de sangre en la mano con el que se tapaba la boca cuando tosía.
Su rostro cansado y desesperado le daba muy mala
espina a Zamora. Presuponía que se encontraba infectado por la gripe y que se
trataba de una posible amenaza en potencia. Pero el criterio de juicio de un
soldado de primera no es importante, tenían unas reglas de enfrentamiento claramente delimitadas: solo actuar para pedir orden y tranquilidad.
Mientras que los civiles no rebasasen la zona de contención todo iría bien.
El anciano se quejaba una y otra vez sobre la lentitud con que la cola avanzaba y exigía que en el próximo grupo los llevasen a el y a su mujer hasta los autobuses.
- Tal y como te decía. Esta operación nos supera…
Las nubes de color gris comenzaron a concentrarse
sobre sus cabezas. Los truenos se escuchaban muy de cerca y las primeras gotas
de lluvia no tardaron en caer. Javier titiritaba bajo su uniforme en un vano
intento por entrar en calor mientras el frío se le clavaba bajo la piel. A
pocos metros de él, Elisa se colocaba su gorra para cubrirse los ojos de la
lluvia. Se quedó absorto contemplando a tal belleza. El pulso se le aceleró y
su mente creyó subir hasta las nubes mientras mostraba una amplia sonrisa de
bobalicón.
Cristina mantenía conversación con ella.
- … Estoy deseando que esto acabe. Desde que
fuimos a Afganistán han pasado ocho meses y quiero disfrutar de mis
merecidas vacaciones.
- Vacaciones… -Elisa suspiró- ¿Qué es eso?
–preguntó con ironía- Yo también quiero que todo esto se termine. Demasiado
estrés. ¿A dónde tienes pensado ir?
- A Canarias. Las primaveras son muy suaves. Me
apetece tumbarme unos días en la playa para coger color y ver pivones pasearse por la orilla ligeritos
de ropa.
- Siempre pensando con lo mismo Cris. Anda que…
- No empieces chocho. Con lo guapa que eres no
entiendo como puedes ser tan sosa para algunas cosas. - ¿A qué te refieres? -Elisa frunció el ceño.
- Déjalo, no tengo ganas de discutir… ¿Y tú que piensas hacer?
- No lo tengo claro, pero creo que pediré destino en la reserva.
- ¿¡Vas a pedir la baja!? ¿¡Por qué!?
- …He visto demasiadas cosas malas en Afganistán… Pobreza, desolación, muerte… -recordar todo aquello se le hizo pesado y doloroso- Durante todos estos años pensé que el ejército estaba hecho para mí. Creo que me equivocaba.
- Calla, ¡pero si no tienes ni el bachiller acabado chiquilla! ¿qué piensas hacer con tu vida cuando salgas de aquí?
- No lo tengo claro, pero me encantaría ser seño…
- ¡Basta por favor! deja de decir estupideces. Tú lo que tienes que hacer es que venirte conmigo de vacaciones a la isla. Ya verás como cuando pasen unos días cambias de parecer.
- No gracias. Ver “pivones” pasearse por la playa no es algo que me ilusione.
- Pues ahí hay uno que se ha quedado empanado mirándote. Fíjate en Cachorro…
Elisa giró la cabeza y miró hacia donde estaba Javier: la contemplaba con cara de pánfilo. Esta sonrió y le hizo un saludo al militar, que tan pronto como se dio cuenta de que le habían pillado se sonrojó y trató de disimular girándose para hablar con Blanco.
- ¿Y entonces, cual me habías dicho que era el trayecto para evacuar a los civiles?
- Joder Cachorro, te lo he explicado ya tres veces –Blanco sacó en aquel momento un mapa de la zona-. Haz el favor de prestarme atención. A ver, abandonaremos el campus por la rotonda que hay aquí al lado y tomaremos el desvío que cruza bajo la AP-7...
Aquella carretera secundaria les conduciría hasta
La Ñora, una pequeña localidad a las
afueras de Murcia, y desde allí atravesarían el centro del pueblo hasta Javalí Viejo para finalmente seguir por otra secundaria hasta el
acuartelamiento de Santa Bárbara. Total ocho kilómetros de recorrido que, en
caso de no encontrar atascos y suponiendo que las carreteras estuviesen transitables,
tardarían un mínimo de veinte minutos en recorrer escoltando a los autobuses.
Mientras discutían sobre los posibles imprevistos
que podrían encontrarse en el viaje algo sucedió en la entrada del parking: el anciano, con temor, viendo que los soldados no le dejaban
pasar junto al siguiente grupo hasta donde se encontraba el médico sacó un
revolver que escondía bajo la gabardina.
Todo sucedió muy rápido. Uno de los soldados
encañonó al señor y abrió fuego acribillándolo a tiros. Presa de los
nervios, no pudo quitar el dedo del gatillo y el arma siguió escupiendo plomo
hasta que se vació el cargador, hiriendo de gravedad y matando a gente
inocente. La muchedumbre comenzó a correr y gritar.
- ¿Lo habéis visto no? Ese hombre estaba apuntándome,
¡era el o yo! –le gritó el soldado a Zamora. Estaba histérico por lo que acababa de realizar. Mientras, sus compañeros trataban de poner
orden, apuntando con sus armas a los civiles para que no atravesaran el
perímetro de seguridad. - Todo ha pasado muy rápido chico, pero si no dejas de apuntarme con ese rifle voy a patear tu trasero hasta que cagues sangre –le respondió el boina negra.
La histeria colectiva se hizo presa de la
muchedumbre cuando varios infectados acudieron a la llamada de los disparos. Se
lanzaron como depredadores sobre la marea humana y esta echó a correr en todas
direcciones. Los soldados no podían ver lo que sucedía al otro extremo de la
multitud y retrocedieron a la vez que quitaban el seguro de sus armas, rogando a gritos que nadie cruzase la línea de seguridad. Pero no puedes
pedirle a un rebaño asustado que razone.
Un agujero de color rojo oscuro apareció sobre el torso del primer civil. Pronto, más fusiles se sumaron al ataque y la
sangre comenzó a salpicar en todas direcciones, tiñendo la gravilla del
aparcamiento con las vísceras de los ciudadanos.
Los chicos de la BRIPAC no se lo podían creer, decenas de personas morían como cucarachas ante sus ojos. A Javier se le cruzaron muchos pensamientos por la cabeza mientras veía apilarse un montículo de cadáveres enfrente suya. Aquellos cuerpos pertenecían a los ciudadanos que había jurado defender. El joven había visto cosas inhumanas en el tercer mundo, pero esto le superaba. Solo se le podía venir una palabra a la cabeza: genocidio.
Dos minutos más tarde la marea humana se había disgregado. El joven boina negra se encontraba encolerizado. Ya no sentía frío bajo su piel. Lleno de rabia e impotencia avanzó por el parking hasta donde se encontraban los militares que acababan de abrir fuego. Tomó a uno de ellos por el cuello de la camiseta y lo zarandeó con fuerza.
- ¡Pero que coño acabáis de hacer putos asesinos!
–aquel grito sonó desgarrador. Las lágrimas le brotaban por las cuencas de los
ojos, fusionándose con las gotas de lluvia que cubrían su rostro- ¡Toda esa
gente no tenía la culpa de nada! ¿¡Eran de los nuestros entiendes!? ¡De los
nuestros maldito cabrón! ¡Había que salvarlos!
- ¿¡Pero quién te crees que eres niñato!?
¡Quítame las manos de encima! –el soldado golpeó a Javier con la culata de su
rifle en la barbilla, derribándolo en el acto-. ¡Habíamos recibido órdenes de
abrir fuego si cruzaban el perímetro de seguridad! ¿¡No lo recuerdas!? La reglas de enfrentamiento están para cumplirlas.- ¡Hijos de puta! –gritó mientras escupía sangre a las botas del militar.
- ¡Eh!¡¿A dónde crees que vas?! –Zamora golpeó en el estómago a otro de los soldados que pretendía atacar por la espalda a su compañero. Pronto ambos grupos comenzaron a repartirse de hostias.
En medio
de aquel tinglado, mientras Zamora, Primo y Cachorro se daban de palos contra cinco soldados de tierra, una
figura solitaria se alzó de entre los muertos. Un policía local. Estaba
cubierto de sangre por toda la camisa y le colgaba un hilillo viscoso de color
oscuro a través de la comisura de los labios. Tenía dos agujeros de bala a la
altura de la clavícula, el pelo alborotado y las manos manchadas de la misma
sustancia que le brotaba por la boca. Antes de lanzarse sobre los militares
emitió un alarido terrible que captó la atención de los chicos y estos se alejaron, dejando a Javier solo. Aquel
inútil había permanecido inmóvil en mitad del terraplén. Su cuerpo se encontraba
muerto de miedo.
El policía local se precipitó entonces contra el soldado. La escena le recordó a una corrida de toros, salvo porque esta vez la bestia era un ser humano. Aún así no iba a permitir que ese policía le cornease: desenfundó su pistola, apuntó como buenamente pudo y disparó tres veces. Fue como un instinto animal. Algo dentro de él le exigió que acabase con aquella criatura infernal, pero no bastó con tres disparos en el tórax para detener a la bestia. Para sorpresa de todos, el señor de azul siguió corriendo hacia el soldado con la misma determinación que antes y tan solo se detuvo tras dar media docena más de pasos, cuando una bala le machacó la cabeza, astillando todos los huesos de su frente y destrozándole el cerebro en cachitos. El francotirador. Excelente disparo.
- ¡Rápido, rápido, moveos!
Javier apenas acababa de escapar de su trance
cuando el Teniente Álvaro Bastida
hizo su aparición saliendo del interior de la residencia para dar órdenes a sus
chicos. Era un hombre alto y un poco corpulento, entrado en años. Pese a todo
lo que acababa de ocurrir su rostro parecía sereno, inmutable. O estaba muy
acostumbrado a este tipo de situaciones o le daban igual todas aquellas pobres
víctimas. Bastida solo cambió su expresión cuando el sargento Alberto Torres se le acercó y ambos comenzaron a discutir. Javier se encontraba demasiado lejos como para saber de que estaban hablando, pero no tenía pinta de ser una conversación muy amigable.
Llegado un momento Alberto hizo llamar a El Cabras, que apareció corriendo con el equipo de radio, y usó este para ponerse en contacto con sus superiores. En tono derrotista colgó el auricular y llamó a Zamora mientras los soldados del ejército de tierra subían a los autobuses y se preparaban para largarse de allí.
Tras recibir instrucciones Zamora corrió hacia Javier
y le hizo unas señas para que le siguiese hasta los vehículos militares al
final del aparcamiento.
- Toma Cachorro,
coloca el Santa Aníbal junto a la entrada. Vamos a defender esta posición.- ¿¡Como!? –el soldado pensó que Zamora estaba bromeando.
- Esas cosas –su voz adquirió un tono demasiado serio cuando señaló el cuerpo del policía-. Van a venir más. Tenemos órdenes de disparar a matar para mantenerlos a raya.
- ¿y el Sargento está de acuerdo con que nos quedemos aquí tirados?
- Tenemos que garantizar la evacuación de los civiles, no queda otra. Órdenes de la cadena de mando.
- ¡Yo me cago en la puta cadena de mando…!
…………………………………………………………………………………
En cuestión de minutos el chispear se fue
tornando tan intenso que resultaba difícil ver con claridad a más de treinta
metros bajo la tromba de agua. Javier subió al Santa Aníbal, una versión militar
de coche ligero todoterreno. Aquel modelo tenía el techo de lona color verde
camuflaje y cuatro asientos en la parte trasera. Accionó las llaves y el motor rugió ferozmente,
entonces colocó el vehículo en cuña frente al pórtico, junto al Rebeco
equipado con ametralladora pesada de Zamora.
Al apagar el motor vio como los autobuses emprendía
su retirada. El Teniente Bastida marchaba en el primero mientras Rodríguez cerraba
el convoy. Con todo el lío, el cuarto autobús había
quedado completamente vacío, transportando tan solo al médico y a los cinco
soldados con los que se habían liado a palos anteriormente.
Las esperanzas de Javier se desvanecieron cuando
los vehículos desaparecieron bajo la lluvia. Abandonadas a su suerte, diez
almas esperaban a la muerte obligadas a cumplir con su deber.
Los tiradores apostaron sus fusiles G36 sobre el
capó de los todoterreno mientras Zamora se arrastraba hasta la parte de atrás
del Rebeco para agarrar la gigantesca metralleta M2HB.
Daniel Zamora
carecía de sentido del humor. No es que fuese un tipo serio, sino que tantos
años en la BRIPAC le habían dejado un tanto majara. Era robusto. Medía por encima de metro ochenta y
a diferencia del resto de soldados de primera, tenía el pelo ligeramente largo
y rizado, engominado hacia detrás. Se encendió un cigarrillo y lo dejó a remojo
sobre la comisura de sus labios mientras sujetaba la ametralladora con ambas
manos.
La lluvia apretó aún más. Cacchorro agarró la primera lámina de cartuchos y la introdujo en
el cargador de la Browning. Luego desenfundó su USP
y se aseguró de que cumpliese todas sus funciones operativas por si fuese
necesario utilizarla más adelante. Luego se posicionó junto a Elisa tras la
carrocería del vehículo y pensó que allí, en la primera línea de fuego,
podría ser un lugar idóneo para dirigirse la palabra con la muchacha.
- ¿Qué crees que son esos monstruos? ¿Algún tipo
de arma biotecnológica?- No tengo ni idea, pero si sé en qué se van a convertir tan pronto como los tenga a tiro.
Elisa estaba concentrada, esperando órdenes.
Estaba claro que no era momento de hablar, así que Javier aguardó el ataque en
silencio, contemplando el rostro de la chica. Bajo la luz de la luna y
salpicada por las gotas de lluvia su cara le parecía aún más hermosa. No tuvo
mucho tiempo para deleitarse con aquel rostro.
- ¡Enemigos a las tres en punto! –aquella era la
voz del francotirador.
- ¡Todos a sus puestos! –gritó Alejandro. Se
había situado en la planta baja junto a El Cabras,
que le hacía ahora de ayudante para recargar su pesada ametralladora.
Apuntaron en dirección al bloque de edificios situados
al otro lado de la carretera. Apenas había visión. Estaba todo muy oscuro y
borroso cuando alcanzaron a divisar algo por la pequeña planicie que subía hasta la calle
donde se encontraban: enemigos. Once, doce, trece,… perdieron la cuenta cuando
los primeros echaron a correr como posesos hacia la residencia. El Sargento dio
la señal de abrir fuego y los fusiles comenzaron a escupir casquillos. Los
extraños invasores recibieron la descarga de las diminutas balas sacudiéndose
violentamente, pero siguieron avanzando a paso firme. Estaban muy excitados. Se
sentían irresistiblemente atraídos hacia los militares mientras dejaban tras de
sí una estela de sangre proyectada sobre la acera.
Las ametralladoras rugieron, proyectando decenas
de cartuchos por segundo que desmembraban extremidad por extremidad a sus
víctimas. Estas caían al suelo y seguían arrastrándose como buenamente podían
hacia ellos. Solo unos pocos cadáveres permanecieron inmóviles sobre el húmedo
arcén.
El pánico se apoderó de los soldados. Sus
enemigos estaban desarmados y se veían constantemente castigados por el fuego
directo, pero aún así no se desmoralizaban ni daban señas de dolor.
- ¿Qué coño son estas cosas? ¿Por qué no se
mueren?- ¡Están demasiado cerca! ¡Hay que hacer algo!
- ¡A la cabeza! ¡Disparad a la cabeza! –gritó el sargento, que pareció entenderlo todo cuando El Mirillas abatió otro objetivo con su rifle francotirador.
Se les estaban echando encima. Javier apuntó sobre
el cráneo del más próximo y disparó. Fue un tiro limpio. La bala atravesó la
cabeza de aquella cosa, que se desplomó ipso
facto. El resto de la unidad también comenzó a disparar contra sus cabezas;
Alejandro y Zamora recargaron munición
y barrieron las piernas de la primera línea enemiga. Algunos cadáveres volaron
hacia atrás al recibir el impacto de las balas de calibre cincuenta sobre el tórax. La
sangre se fundía con el agua sobre el suelo creando un fluido compacto y
viscoso que se desplazaba calle abajo.
Un estremecimiento recorrió nuevamente el cuerpo
frío y empapado por la lluvia del joven soldado al ver que aquellas cosas
continuaban avanzando a rastras. Eran insaciables. Apuntó hacia sus cuerpos
mutilados y vació el cargador.
Finalmente las criaturas atravesaron lo que
quedaba del puesto de control, entrando al parking de la residencia. Pese a que
las bajas enemigas se contaban por decenas cada vez había más, acudían hacia
ellos por todas direcciones.
Sin el equipo adecuado el ruido de muchas armas
disparando sin cesar puede llegar a dejarte sordo. Algo similar debió de pensar
el joven boina negra cuando una
granada de mano estalló no muy lejos de el, haciéndole polvo los tímpanos. Uno
de esos hijos de puta salió despedido por los aires y los restos de su torso aterrizaron
sobre el capó del vehículo. Javier calló de espaldas en un acto reflejo para
apartarse de aquel cuerpo mutilado. La oscuridad y la lluvia les habían impedido ver
contra que disparaban realmente. Suponían que era algo humanoide. Vestían como
ellos y se desplazaban en bipedestación, pero lo que no imaginaban, lo que eran
incapaces de presuponer, era que esos cabrones habían sido antes como ellos. Y
digo antes porque aquel trozo de mierda seguía moviendo la boca en un esfuerzo
por morder al chico pese a que se encontraba completamente chamuscado.
- Muertos vivientes –dijo Javier. Al encontrarse
con los oídos taponados debió de pronunciar aquello demasiado alto.- ¡¿Cómo?! –preguntó Elisa. Que quedó impactada al contemplar el cadaver varado sobre la carrocería del vehículo-.
- ¡¡Recargad, ya vienen más!!
- ¡Son cientos!
……………………………………………………………………………………
GLOSARIO:
- Heckler y Koch USP:
Nuevo modelo de pistola reglamentaria adquirida en 2011 por el ejército de
tierra.
- Rebeco:
Vehículo de alta movilidad táctico español. Gracias a su diseño modular puede
ser utilizado para múltiples aplicaciones. También se le conoce como URO
VAMTAC.
- Convoy: Grupo
de vehículos que viajan juntos para darse apoyo mútuo.
- Browning M2HB:
Ametralladora pesada que se emplea montada en vehículos de combate.
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