domingo, 5 de agosto de 2012

SAID (2)

23:00 CASA DE PAOLO
Eran las once de la noche y los muchachos habían pasado las últimas horas encerrados en la casa de Paolo. Estaban muy tensos. Demasiado. Trataban de localizar a sus familiares por teléfono o a través de las redes sociales, pero no había suerte. Es indescriptible lo que se puede llegar a sentir cuando no comprendes nada y estás lejos de tus seres queridos. Todos lo sentían, pero trataban de escudarse entre ellos.
- ¿Ceéis que las cárceles serán seguras? –murmuró Andrés con tristeza. Su viejo estaba en el trullo y se esperaba lo peor para el-.
- Claro que si tío. ¿Qué puede haber más seguro que una prisión? Con lo difícil que es entrar y salir de ellas –Edu trató de tranquilizarlo. Sus palabras sonaron seguras y con firmeza-.
- Pero ya habéis visto las imágenes de Murcia. La ciudad arde en llamas, si yo fuese funcionario de prisiones habría recogido a toda mi familia y me habría largado lejos del centro hace ya mucho tiempo.
- Calmare Andrés, todo va a salir bien. ¿Un porro? –el italiano acababa de dar con la mejor solución para apaciguar la mente de Metadonas y la del resto del grupo: las drogas-.
- ¿Pero cuando cojones no hace un verde? Trae que líe otro y los vamos rulando –dijo José Luis-.

Said se imaginó entonces una prisión vacía de personal. Con todos los reclusos encerrados en sus celdas de por vida a causa de la infección. Con sed y hambre. Espectadores privilegiados de su lento final. Era una visión escalofriante. “Ojala les hayan dado una oportunidad para salvarse” pensó Said.

En la televisión casi todo lo que soltaban era basura. El estado tenía a la prensa amarrada por los huevos y los noticieros se dedicaban a lanzar hipótesis inventadas y recordar una y otra vez lo importante que era aislar a los infectados y no acercarse a estos.

Tal y como había dicho David, la basta red de Internet era el único lugar incapaz de ser censurado en su totalidad. Al principio del día no dejaban de llegar más y más vídeos a youtube. Individuos de todo el mundo grababan con cámaras y móviles lo que sucedía en sus ciudades y lo colgaban en la red. Los administradores borraban los vídeos, pero como si de una hidra se tratase, por cada vídeo suprimido los usuarios subían diez más.  Al verse superados por los cibernautas, en Google Inc. decidieron bloquear la subida de vídeos y comenzaron a borrar todo el contenido relacionado con la extraña infección. Pero era tal la cantidad de enlaces que el FBI decidió tomar parte en el asunto y cerrar la página web, al igual que hicieron en su día con Megaupload.

 Mientras David le contaba aquella historia a Said y José Luis, Eduardo esbozaba una malévola sonrisa. Este último había descargado varios vídeos de Youtube a su portátil y se los mostraba triunfante.
Todos aquellos seres endemoniados parecían compartir un mismo deseo irrevocable por la carne fresca. Se movían en grupos desorganizados, corriendo como posesos y sin cansarse hasta apresar a sus víctimas como perros de caza. No sabían abrir puertas, pero si aporrearlas hasta tirarlas abajo. Habían desarrollado el olfato y agudizado sus oídos. Todos ellos presentaban heridas de mordiscos o arañazos en distintas partes del cuerpo y sus ojos rojizos les daban un aspecto a fieras salvajes.
De la decena de vídeos, Said se quedó con dos de ellos grabados a fuego en su cerebro.

En el primero, un grupo acababa de reducir a uno de aquellos seres y lo apaleaban contra el suelo con bates de béisbol y barras de metas. Aquel pobre desgraciado estaba recibiendo la paliza de su vida. El sonido de las embestidas y el crujir de los huesos formaba una macabra banda sonora, acompañada de los gemidos de la bestia y las maldiciones en inglés de los agresores que Said no entendía. Por más que le golpeasen, el charli seguía removiéndose en el arcén. Agitando los brazos y lanzando dentelladas al aire mientras escupía tropezones de sangre. Finalmente, cuando los captores dejaron de golpearlo, dándole por muerto, charli se revolvió con un último estertor hincando sus dientes sobre la tibia del hombre que tenía más cerca. Continuaron apaleándolo, pero la bestia no llegó a separar sus encías de aquella pierna hasta que un buen golpe en el occipital le detonó el encéfalo. Los trocitos de vísceras, sangre y huesecillos se desparramaron por el suelo a la par que el infectado convulsionaba ferozmente poco antes de yacer muerto, esta vez para siempre.
El otro vídeo transcurría en las inmediaciones de una granja sureña. Un señor grababa en vídeo como su hijita de quince años, infectada por el virus, devoraba una res. El indefenso animal permaneció quieto mientras la lunática le desgarraba las entrañas. Finalmente la res se desplomó sobre el suelo. Muerta.
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 Paolo se encontraba haciendo zapping por los canales mientras el grupo discutía sobre “esas cosas”. Al poner Tele5, Paolo subió el volumen del televisor. Los seis muchachos pudieron presenciar en directo como los infectados habían roto el cordón de seguridad montado alrededor del hospital USP San José. Los agentes de policía vaciaban sus cargadores sobre el cuerpo de los charlis. Era una visión horrible. Pese a que les acertasen de lleno en las piernas o en el torso, los pacientes infectados continuaban su demencial carrera hasta el exterior sin sentir dolor alguno. Vestían con sus camisones de enfermos y más de uno iba incluso desnudo, dándole un toque más espantoso y espeluznante a la situación. En cuestión de minutos no quedó títere con cabeza. Ni siquiera el cámara que filmaba la matanza logró sobrevivir. David le arrebató el mando al italiano y apagó el televisor. El silencio se apoderó de la habitación y los chicos se miraron entre ellos. Todo esto les superaba.
- ¡Joder, joder, joder! –mascullaba José Luis mientras se frotaba inquietamente la cresta-. Eso acaba de suceder en la capital.
- Si. Y nuestro hospital también está lleno de enfermos afectados por la cepa de rabia esa, ¿no? –preguntó Said, que aún seguía con el rostro bastante pálido de la impresión que habían producido sobre él las imágenes televisivas-.
- ¿Qué rabia ni qué hostias? –Metadonas estaba enfurecido-, ¿No ves que nos han estado tomando el pelo todo este tiempo? ¡Ese virus transforma a la peña en zombies! ¡No es una simple gripe!
- Infectados –le corrigió José Luis-. Los zombis caminan despacio, estos más bien parecen como los de 28 días después.
- ¡Que te jodan Jose!
- ¡¿Cómo que me jodan?! ¡Que te den a ti puto camello!
- ¡Haya Paz! Has pasado demasiado tiempo jugando a los zombis del Call of Duty Joselas. –le picó Paolo, que parecía el menos afectado por lo que acababan de presenciar-.
- Venga ya joder, habría que estar ciego para no darse cuenta de que son zombies. ¡Fíjate bien! Si te muerden o te arañan te transformas en un de ellos, y por si no fuera suficiente, por más que les golpeen o disparen no consiguen matarlos a no ser que les destruyan el puto cerebro. Más claro agua y en botella.
- No se amigo. Los zombis son cosa de películas y videojuegos… Esto es la vida real, tiene que haber otra…

Pero Said no logró acabar aquella frase. Los gritos provenientes de la calle llamaron su atención y la del resto de sus compañeros, que asomaron sus cabezas a través de las ventanas con vista al exterior. La ciudad comenzaba a convertirse poco a poco en un hervidero de monstruos, gritos, sirenas y disparos. La pandemia finalmente les había alcanzado. Paolo abrió la terraza y desde allí pudieron observar como la gente moría frente a sus ojos –y no precisamente de una forma agradable-. En la zona del inmueble que daba al club de cabos podían observar, a seis pisos sobre el suelo, como varios individuos que pululaban los bares cercanos corrían despavoridos; perseguidos por los perros rabiosos, ávidos por derribarles.

 En la cara opuesta del edificio, por donde estaba la entrada, era todavía mucho peor: el parking en batería que se expandía por toda la manzana se encontraba en el más absoluto caos; numerosos vecinos de la comunidad habían intentado coger apresuradamente sus vehículos para escapar de aquel infierno, pero los charlis les habían dado caza, dejando la calle completamente colapsada e imposibilitando la salida del resto de coches. Más a lo lejos, unos chavales que jugaban un partido de fútbol fueron víctima de sus propias gamberradas. Aunque habían cerrado la puerta con pestillo, los infectados se colaban a través de los desgarros en la verja que rodeaba la pista. Pasados unos minutos, cuando ya solo quedaban infectados pululando por las calles, los amigos volvieron a sentarse en el salón. Todos menos Said, que observaba estupefacto a aquellas criaturas. Trataba de idear un posible plan de escape a la vez que se maldecía una y otra vez por haber abandonado el ejército. Un buen fusil de asalto le proporcionaría bastante alivio en aquel preciso instante.

 Metadonas sacó una guiness del frigorífico y se puso a liarse un porro. Se encontraba muy nervioso. No podía evitar que la hierba se le cayese al suelo mientras pensaba en sus viejos y en el desgraciado de Rafa, que seguía sin coger el teléfono. Paolo y Eduardo se volvieron a sentar frente al televisor, buscando algo con lo que evadir sus cabezas de la realidad, mientras David husmeaba por el visillo de la puerta, rezando porque los “podridos” -comos el los llamaba- no se hubiesen adentrado hasta la sexta planta de aquel edificio. 

José Luis se preparó en la cocina un buen bocadillo de pechuga empanada con los repitajos que habían sobrado de la cena preparada por David. Comer era un acto reflejo que realizaba el gallego siempre que se encontraba estresado. Le preguntó a Said si quería otro bocadillo como el suyo, a lo que el argelino le contestó “ni de coña”.
- Tú te lo pierdes capullo –contestó su amigo con la boca llena-.
- Sabes perfectamente que sigo una estricta dieta en proteínas.
- Claro, y seguro que mañana abren muchos gimnasios.
- Capullo –ambos rieron. Eludiendo por unos segundos todo lo que acababa de ocurrir-. Hay que joderse. Al final va a resultar que los mayas tenían razón. El ser humano se extinguirá el 2012.
- ¿Pero que cojones dices? Nosotros aún seguimos con vida. Además, seguro que cuando menos te lo esperes tus amigos de la armada aparecerán por aquí con sus juguetitos dándole caña a los chicos malos y rescatándonos.
- Echo de menos toda esa mierda, ¿sabes? –el argelino cerró los ojos y respiró profundamente, recordando con nostalgia tiempos felices-.
- ¡Al cuerno con todo eso! Mientras nos tengamos los unos a los otros todo irá bien –dijo José Luis mientras señalaba con el dedo a sus amigos-. ¿Habéis escuchado? –el gallego se giró para que todos los demás le escuchase- Mientras nos tengamos los unos a los otros…
¡KABUUM!

José Luis y Said pudieron verlo con claridad desde la ventana. A no más de seiscientos metros de allí, un poste de electricidad acababa de saltar por los aires envuelto en chispas. Fugazmente, las luces de las manzanas colindantes se apagaron de golpe. Algo o alguien acababa de chocar con el tendido eléctrico, sumiendo al edificio de Paolo entre otros en la más absoluta oscuridad. Iluminados tan solo con la tenue luz de la luna que se filtraba a través de un cielo medio encapotado por grises nubes cargadas de agua.

 Cuando se recuperaron de la confusión, Eduardo sintonizó Antena3 desde el ordenador portátil mientras Paolo colocaba velas por toda la casa. El argelino agradeció en aquel momento que el metrosexual italiano tuviese un buen arsenal de cirios y pétalos de rosa en su habitación (según el “por lo que pudiese surgir en compañía de una bella ragazza”).

La batería del portátil estaba muy fundida y solo aguantó durante veinte minutos. Tiempo suficiente para escuchar un par de cosas interesantes sobre los infectados: sus sistemas nocioceptores habían desaparecido; siendo incapaces de sentir dolor, así como de procesar información compleja. Aunque su sistema nervioso central había quedado reducido a las necesidades más primitivas seguían anclados a el. Un tiro en la cabeza era la forma más simple de acabar con ellos. No eran noticias muy alentadoras, pues excepto Said y José Luis, el resto jamás habían empuñado una pistola. Lo último que pudieron averiguar fue que la falta de coordinación de los charlis se debía precisamente a los fallos en el sistema nervioso central; el cual no conseguía transmitir bien las órdenes vía neuronal, provocando movimientos poco hábiles.
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Eran las doce de la noche. Said volvía de la cocina con un puñado de lonchas de pavo frío mientras los demás se rulaban un porro en el salón. Estaban muy colocados.
- ¡Ey tío, pásame una de esas! –le dijo Edd-.
- Hermanos, esa es mi comida. Me vais a dejar la nevera vacía –les regañaba el italiano, mientras fumaba plácidamente-.
- No hay corriente Paolo, así que mejor dentro de mi estómago antes de que se eche a perder.
- Eso si que es cierto, sería una auténtica lástima que la comida se echase a perder –recalcó Eduardo mientras agarraba otra lámina de pechuga de pavo-.
- ¡Sois una panda de gorrones! Pero os quiero.
Bip bip, bip bip.
- A alguien le acaba de llegar un mensaje al móvil.
- Es para mí –dijo David-.
- ¿Y quién es? –preguntó Metadonas con la cara decaída mientras llamaba nuevamente a Rafa y no recibía respuesta-.
- Es mi hermano, dice que está bien. Se encuentra en la Casa Real esperando recibir instrucciones.
- ¿Y qué cojones pinta tu hermano en la residencia de los reyes? –José Luis sentía curiosidad-.
- Te lo he dicho ya mil veces, pero tu nunca escuchas. Hace un par de años que mi hermano se graduó en la escuela de oficiales y eligió plaza en la Guardia Real. En el mensaje nombra un tal Búnker de la Moncloa. ¿Sabéis donde queda eso?
- Ni zorra… Pero lo petaría mucho estar bajo tierra. Con luz, agua, comida, rodeados de buena compañía femenina y bien alejados de los charlis.
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Metadonas no paraba de teclear el número de Rafa, que seguía sin dar señal, mientras que Edd y David trataban de arreglar una vieja radio de corta frecuencia que habían encontrado en un altillo, propiedad de los padres de Paolo. “Condenado aparato. Si Jesús estuviese aquí lo habría arreglado en un santiamén” pensó Eduardo. No había mucho más que hacer. José Luis sacó algo de polen y se pusieron a fumar otro porro. Los cigarrillos de la risa era lo único que aún mantenía sus nervios a ralla, impidiéndoles enloquecer a causa de la incomunicación y la oscuridad. Lo fumaron como siempre. Le daban dos profundas caladas y se lo pasaban al de su derecha. Cuando se acabó, Paolo volvió a sacar su fundita con hierba y comenzaron otro nuevo bucle. En ese momento el móvil de Andrés por fin consiguió contactar.
- ¿Jesús? ¿Estás bien? ¿Rafa está contigo?
- ¿¡METADONAS!? – la voz de Rafa resonó al otro lado del auricular. Después escucharon unos ruidos como de forcejeo y nuevamente la voz de su amigo- Joder, que alegría escuchar tu voz amigo. ¡Estamos atrapados en el Ápoca!, fuera está lleno de esos cabrones. Un policía nos ha
¡Ghshshshshsh!…
- ¡Ey! ¡Rafa! ¿¡Me escuchas!? ¿Qué ha pasado? ¿Qué hostias hacéis en el Apoca?
¡Ghshshshshsh!...
- ¿Qué sucede Andrés? –le preguntó Said-.
- ¡Hostia puta no lo se! La llamada se ha ido a tomar por culo, ¡Jesús se ha debido de quedar sin batería!
- Pues parece que Rafa salió hoy sin su móvil, porque no lo coge nadie –añadió Paolo-. La cosa pinta mal.
- ¡Ey, venir a ver esto joder! –José Luis hacía señas desde la terraza para que el resto fuesen a asomarse. Un pequeño incendio se vislumbraba al norte de la ciudad-.
- ¿Eso de allí no es Santana? –preguntó Said-.
- En ese lugar casi todos son chalets. Se ha debido montar una buena carnicería.
- ¡No podemos quedarnos aquí tíos! –graznaba Edd. Histérico- Tenemos que salir de la ciudad cuanto antes, esto no es seguro.
- ¿Y que propones?, ¿Nos vamos de picnic al campo? –le contestó David-.
- Yo me marcho a buscar a Rafa y Jesús. Jamás me lo perdonaría si dejase morir a mi mejor amigo en ese tugurio.
- El bar Ápoca está muy lejos de aquí Andrés. Y si te soy sincero parecían estar muy jodidos –le contestó Paolo, evitando clavar los ojos en la mirada de su amigo-.
- Hablar de todo eso es inútil. El único vehículo que tenemos es el coche de Edu, y fijaros. Tiene cortada la salida por esos dos vehículos que han chocado. No podemos escapar. –el pesimismo era latente en las palabras de David mientras miraba a través de las ventanas que daban a la entrada del edificio-.
- Pero tío, siempre podríamos salir y probar a apartarlos. Seguro que tienen las llaves puestas aún.
- Claro que si Eduardo, ¿y que nos den caza esas cosas no?, ¿es que no os ha bastado con todo lo que hemos visto ya por televisión?, ¿en serio vais a ser tan imbéciles como para salir allá fuera? Debe de ser eso. Estoy rodeado de gilipollas.
- Tranquilízate David, estás muy alterado.
- ¡¿Qué me tranquilice?! ¡Pero como voy a tranquilizarme con la sarta de estupideces que estáis insinuando!
- … En el trasto de Edd no cabremos todos, pero si llegamos hasta casa de Joselas podríamos utilizar su coche y el mío. Están aparcados justo debajo del portón – dijo Said, tras llevar un buen rato observando la calle-.
- Otro imbécil más. Desde aquí no podemos ver como está el tráfico por donde vive José Luis. ¿Y si las calles están también colapsadas?
- ¿¡Además de quejarte por todo se te ocurre un plan mejor!? – le respondió Said, mientras miraba a David fijamente a los ojos, amansando el carácter de la fiera-.
- No contéis conmigo –aquella fue su respuesta final. Luego David se sentó en el sofá del salón y se puso a fumar un piti mientras pasaba de todo-.
- Puedo llegar hasta la casa de José Luis. Estoy seguro -afirmó Said convencido de sí mismo-.Luego si es necesario traeré los coches lo más cerca posible de este lugar. Entiendo que no os haga ni puta gracia salir al exterior con los charlis pululando por ahí, pero necesito que me dejéis un teléfono con batería para contactar con vosotros.
- Eso último no es ningún jodido problema. Yo voy contigo moro–José Luis choco fuertemente su mano con la del argelino y se posicionó junto a él-.
- Tíos, ¿Y si cuando lleguéis allí las líneas están saturadas? –preguntó Eduardo-.
- ¿Pero qué mierda?, ¿acaso crees que hay mucha gente viva ocupando las redes telefónicas a estas alturas?
- No lo había mirado así. Supongo que tienes razón Joselas.
- Está bien capullos, pensémoslo por un momento –David apagaba el cigarro en el cenicero mientras se ponía en pie y se colocaba frente al argelino-. Si de verdad queréis bajar y traer unos coches hasta aquí perfecto. No contéis conmigo para ir a buscarlos. Pero tendréis que ir preparados por si tenéis que enfrentaros a esas cosas.
- Buscaré los coltellos. Cuchillos –Paolo tradujo la palabra cuando se dio cuenta de que sus amigos lo miraban extrañado y se dirigió hasta su cocina con un porro que acababa de liarse en la mano-.
- Yo voy con vosotros, pero cuando estemos todos adentro de los vehículos tendremos que ir a buscar a Rafa y Jesús –Metadonas era el que más ganas tenía de salir al exterior en busca de sus amigos-.
- Te entiendo. Preparémonos. Van a ser los trescientos metros más infernales de nuestras vidas y no quiero que ninguno se desplome sobre el asfalto con las piernas llenas de pinchazos por culpa del ácido láctico.
- Yo tengo la solución para eso –dijo Andrés, mientras se sacaba unas pastillitas del bolsillo derecho de su pantalón-. Es speed. ¿Alguien quiere?
- ¡Jodido camello! Métete tus pastillas por el culo.
- Entonces más para mí –respondió el pequeño Metadonas, mientras se tragaba su propia mercancía-.
- Dejaos las tonterías y coged todo lo que vayáis a necesitar ahí fuera. En diez minutos salimos.

Said concluyó la conversación. Dejando que los muchachos fueran a por sus futuras armas, unos abrigos resistentes con los que impedir las mordeduras de los charlis, linternas, y algunas provisiones.
- Joselas espera –Said llamó su atención antes de que abandonase el salón-. No creo que haga falta que te lo pregunte, pero asegúrate de que llevar las llaves del piso bien a mano. No me gustaría tener que pasar ni un segundo de más en la calle.
- Tranquilízate joder, las tengo aquí guardadas –respondió el de la cresta mientras se tocaba el bolsillo derecho del pantalón-.
- ¡Pero ahí no las guardes pedazo de mamón! Ese es el bolsillo roto por el que siempre se te pierden.
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Un cuarto de hora más tarde todos estaban preparados. José Luis llevaba un par de cuchillos bien afilados amarrados al cinturón. Se había colocado una ajustada camiseta interior de manga larga bajo sus prendas de vestir, intentando así aumentar sus posibilidades de supervivencia. Metadonas tenía los ojos enrojecidos por los porros y el speed. Se encontraba bebiendo otra guiness mientras discutía con David para que este le dejase llevar consigo los cuchillos de carnicero. Finalmente el segundo aceptó, y Andrés agarró ambas armas en su mano derecha mientras sostenía una linterna de baja intensidad en la otra. Era todo lo que habían podido conseguir.

Todos se habían reunido en el vestíbulo principal. Paolo observó el rostro de sus amigos y acto seguido, comenzó a abrir lentamente la puerta mientras el resto aguardaban un posible ataque enemigo. Said era el más adelantado de los cinco. Llevaba un par de cuchillos de sierra en las manos y se encontraba agazapado. Atento por si tenía que placar a alguna de esas bestias.

En cuestión de segundos quedaron expuestos a un negro infinito, frío y silencioso que les ponía los pelos de punta a los chavales. El argelino miró fijamente a José Luis mientras pensaba para dentro que como se le perdiesen las llaves lo mataría el mismo. Metadonas encendió la linterna y enfocó a la oscuridad. La zona estaba despejada. Los muchachos se despidieron entre abrazos cargados de suerte y descendieron por las escaleras. Said echó un último vistazo atrás y vio la silueta del italiano entre el color rojizo de las velas. Paolo alzó su brazo derecho al aire, con el puño cerrado y el argelino le devolvió el mismo gesto. Comenzaron su descenso hasta el infierno mientras escuchaban la puerta cerrarse, guiados por el foco de luz de la linterna.

 GLOSARIO:
- Bar Apocalipsis: Tugurio de mala muerte situado cerca de la calle real, en un callejón que junta esta zona con el casco antiguo. En sus buenos días era un bar de Heavy Metal, y grupos como Ángelus Apatria llegaron a tocar en su interior. Hoy en día ha sido transformado en un bar de alterne, donde suenan canciones de pop y te clavan tres euros por una caña. RIP APOCA.

1 comentario:

  1. EL capítulo se me hizo bastante empalagoso de escribir durante las primeras líneas, debido a la gran cantidad de descripción de sucesos que se narra en ellas.
    Luego, cuando el texto se centra en los protagonistas y comienzan a aflorar las conversaciones la cosa se me volvió mucho más liviana. Si se compara con el texto antiguo, el cambio a mejor salta a la luz rápidamente.
    Espero que os haya gustado. En unos días subiré SAID III, centrado en la cruzada que emprenden los tres muchachos que han decidido escapar hasta casa de Joselas para hacerse con los coches. No será un viajecito sencillo ni mucho menos.

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