Bajar
aquellos seis pisos por las escaleras se les hizo eterno. Cada vez que llegaban
hasta el rellano de la siguiente planta, Said pensaba que uno de esos hijos de
puta les atacaría desde las sombras, acabando con sus planes sin haber podido
tan siquiera pisar el asfalto. Al otro lado de las viviendas podía oírse en
ocasiones como alguien deambulaba por los pasillos, arrastrando las piernas por
el suelo. A veces incluso podían escucharse gritos que hacían que el argelino y
sus acompañantes se diesen la vuelta y mirasen en todas direcciones. Una mujer
le pedía a su marido que se tranquilizase en el tercero B. Tras unas cuantas
súplicas se escuchó un gruñido seguido de un grito ahogado. Luego, algo se
desplomó sobre el suelo y se escuchó ese horrible sonido que habían escuchado
en el vídeo de la res. El infectado debía de estar atragantándose con las
vísceras de su mujer.
Pasaron
aquel rellano a paso ligero hasta llegar a la altura de la primera planta. José
Luis y Andrés Metadonas no se
llevaban excesivamente bien. El gallego odiaba las drogas duras porque le
habían destrozado la vida a su madre hasta matarla de una sobredosis y un estúpido
comentario bajo toda aquella tensión bastó para desatar la tormenta.
- Paolo
me ha comentado que te echaron del curro. - Eso no es problema tuyo –le respondió José Luis con brusquedad-.
- Deberías de haberle echo caso a David y pasar de hacerte cresta. Por lo visto, hasta en media markt exigen tener una buena presencia.
- ¿Quién cojones te crees que eres para darme consejos? –José Luis se detuvo en seco y se quedó observándolo con rabia-.
- Nadie –Metadonas sonrió. La mierda que acababa de meterse estaba comenzando a funcionar y sentía la imperiosa necesidad de poner los nervios de José Luis a prueba-. Pero si cuando todo esto acabe no encuentras trabajo ya sabes que puedes trabajar para mí vendiendo mercancía-.
- ¡Maldito Hijo de puta!
José
Luis agarró a Metadonas de la chupa
con ambas manos y le propinó un rodillazo a la altura del bazo. Al recibir el
impacto Andrés soltó la linterna, que rodó por las escaleras mientras apuntaba
en todas direcciones a la vez que trataba
de devolvérsela al gallego en medio de la oscuridad. Said escuchó como los
cuerpos de ambos comenzaron a rodar escaleras abajo una vez que perdieron el
control de sus piernas en medio del forcejeo. Podía escuchar como ambos
tullidos gemían de dolor al pie de la barandilla, tendidos sobre el hall del edificio.
Pese a lo aparatoso de la caída tan solo habían rodado diez escalones, y salvo
unos cuantos moratones se encontraban perfectamente. Cuando se recuperaron del
dolor Said les dio una buena colleja a ambos.
-
¿Estáis tontos o que? Como si no tuviésemos suficiente con los infectados
–bramó el argelino-.- ¡Ha empezado él! –jadeó su greñoso amigo mientras señalaba a Metadonas con la mano-.
- ¿Te crees que eso me importa? Hemos tenido suerte de que el edificio esté despejado y las puertas cerradas. De no ser así ya los tendríamos encima con todo el alboroto que habéis causado.
- Ya paso Said. Ha sido culpa mía, lo siento por el alboroto –se disculpó Andrés mientras se erguía-.
Cuando
se repusieron de la caída avanzaron por el largo pasillo compuesto por buzones
a un lado y un gigantesco espejo de cristal al otro. Said cambió de enfado a
frustración en aquel instante. ¿Cuántas tardes de su vida habría pasado allí
abajo ligando con la vecina del quinto o esperando a que el tardón de Paolo
terminara de alisarse el pelo? Los buenos tiempos disfrutando de la vida
acababan de finalizar hace unas horas, dando paso a un enturbiado futuro donde
deberían vérselas envueltos en una guerra contra un enemigo mortal del cual
apenas tenían información. “Hay que joderse”, maldijo para sí mismo.
Cruzaron
el último tramo del pasillo agachados bajo la luz de la luna hasta llegar
frente a la puerta principal. Said se colocó a un lateral de esta junto a
Andrés y José Luis se situó en el franco contrario, asegurándose de que no
hubiera charlis en el exterior. La
cosa pintaba tranquila. Demasiado calmada para todo lo que había ocurrido
durante las últimas horas. Un silencio sepulcral envolvía las calles haciendo
que la tensión dentro del argelino fuese a más. Este miró los rostros de sus
amigos y se dio cuenta de que ellos sentían exactamente lo mismo. Pasaron allí
tres largos minutos mientras reproducían en sus cabezas el plan que habían
trazado previamente. Metadonas abriría
la puerta, seguido de José Luis mientras Said cerraba el grupo, cruzando calle
abajo a toda velocidad hasta la casa del gallego.
-
Chicos… -Said tragó saliva mientras las pulsaciones se le disparaban- Puede que
este sea nuestro final… -ahora sentía como si el corazón fuese a salirle
disparado. Aquellas no habían sido unas palabras muy acertadas, pero debía
continuar con su discurso hasta el final- Pase lo que pase ahí fuera, quiero
que me aseguréis que si yo o alguno de vosotros se queda rezagado nadie acudirá
a su rescate. Hay que alcanzar esos vehículos y traerlos hasta aquí. En una
situación como esta no podemos dejarnos llevar por los sentimientos –hizo una
pausa-. De héroes está lleno el cementerio. Las imprudencias se pagan con la
vida y hay que ser egoísta para sobrevivir. Si vamos a morir mejor uno que dos
–ser eficaz; esa había sido la filosofía del argelino en la vida, y hasta el
momento todo le había salido bien. El mestizo sabía mejor que nadie que si
confías demasiado en las personas acabas recibiendo una puñalada trapera antes
o después-.- Tienes razón Said. Yo también quiero añadir algo –dijo José Luis mientras empuñaba uno de sus afilados cuchillos. El brillo de la luna se reflejaba en el acero de la hoja, iluminándole unos ojos empañados en lágrimas-. Se que nunca hemos usado una de estas, pero no podemos echarnos atrás. Son ellos o nosotros.
- Muy emotivo muchachos. Vais a conseguir que acabe llorando –el sarcasmo era claramente evidente en las palabras del flaco de pelos rizados-. ¡Salgamos ya a por Rafa hostias!
Rafael
y Andrés eran muy amigos. Ambos habían crecido juntos en La Aljorra, un pequeño pueblo a las afueras de Cartagena. Ya con
dieciocho años, cuando Rafa empezó a desvariar con todas sus teorías sobre
alienígenas, acudían por las noches a una casa en obras junto al campo. Se
sentaban encima de una pila de ladrillos y fumaban maría. El grandullón hablaba
sobre abducciones y reptilianos mientras observaban las estrellas. “Mira al
cielo y aprende de ellos” mascullaba siempre Rafa… Metadonas no iba a permitir que la única persona del mundo que le
había ayudado a sobrellevar su vida de mierda sin acabar en prisión o
suicidándose muriese en el Ápoca.
Debían darse prisa y debían hacerlo ahora.
- Espera Metadonas. Quiero decir unas últimas palabras –Said le agarró por el hombro para volver a sentarlo en su sitio-… Os quiero. Me lo he pasado genial con vosotros desde que volví del ejército, siempre os agradeceré como os portasteis conmigo después de estar tres años sin apenas saber de mi –miró a José Luis y le arreó una colleja con cariño-. ¡Sois únicos chavales!
- ¡Tú también nos caes bien joder! –le respondió José Luis a la par que le devolvía la caricia en la nuca-.
Metadonas asintió con la cabeza a modo
de aprobación y tras la emotiva conversación Said le hizo un gesto para que
procediese a girar el pomo. Poco a poco, la puerta se fue abriendo limpiamente
sin hacer ninguna clase de chirrido, lo cual fue muy gratificante. Se miraron
fijamente una última vez entre ellos. Todo lo que tenían que decir estaba dicho
y sabían lo que tocaba hacer.
- Buena
suerte camaradas… ¡Ahora!
……………………………………………………………………………………….
José
Luis y Metadonas descendían ágilmente
por la calle Carmen Conde hasta llegar
a la intersección con Jorge Juan, la
avenida principal que separaba el bloque de edificios de Paolo de la manzana de
casa de José Luis. Said les seguían desde atrás. La zona parecía segura. El
enemigo se había retirado y tenían vía libre.
Habrían
pasado como veinte segundos desde que echaron a correr hasta llegar a la altura
de la rotonda de la avenida principal. Fue entonces cuando los vieron emerger desde
detrás de una zona verde, procedentes de una plaza cercana, sesgando sus
posibilidades de éxito. A la izquierda de los muchachos se encontraba el acceso
a la salvación –la calle Juan Fernández-,
mientras que por la derecha se les aproximaban velozmente dos podridos. Uno era
más joven que ellos. Un muchacho normal y corriente al que la vida le había
pasado una mala jugada. Llevaba el uniforme de su escuela –pantalón gris y
camisa azul de manga larga- y por la boca le caían goterones de sangre hasta
la barbilla. Las salpicaduras de sangre ajena le cubría el cuello de la
camisa, indicando que acababa de darse un buen festín con las tripas y vísceras
de algún desafortunado. Tras el, una rubia treintañera en chándal le seguía hacia
ellos. Ambos producían estridentes chillidos que resonaban a lo largo de toda
la calzada, como si de un grito de guerra o una llamada a la manada se tratase,
mientras corrían encorvados con un peculiar meneo de caderas muy exagerado.
Los
tres supervivientes aumentaron su velocidad. Para los dos primeros no había
problema en llegar hasta Juan Fernández sin
ser interceptados, pero el primer charli se
le echó encima a Said desde su flanco derecho. No tenía posibilidad alguna de
esquivarlo, así que se frenó en seco y apuntó con ambos cuchillos hacia la
joven bestia, esperando aterrado a que se produjese el choque mientras
entornaba los ojos y pensaba que su enemigo era tan solo un crío.
Tras el
fuerte impacto Said cayó al suelo. En una situación normal ese piltrafilla no habría conseguido tumbar
al moro con tanta facilidad, pero
tanta ansiedad buscando por donde explotar le pasó una mala jugada al argelino.
El monstruo salió disparado a gran velocidad por el choque y acabó varado a
cuatro metros por detrás de él, con ambos cuchillos clavados en el tórax y
escupiendo a borbotones un asqueroso y sanguinolento poso oscuro por la boca
mientras intentaba ponerse en pie. Said observó estupefacto como aquello no le
impedía al charli intentar levantarse
y se dio cuenta de que eso ya no era un crío, sino una puta bestia carnívora
incapaz de sentir dolor. Cuando miró hacia delante y vio a la mujer infectada
ya era demasiado tarde, la tenía a escasos metros como para levantarse y tratar
de defenderse. Además, tras la paliza a correr y el frenazo en seco, su cuerpo
se encontraba bloqueado e hiperventilando.
El
argelino tristemente hubiese encontrado su final de no ser por un enano
flacucho de pelo rizado que había hecho caso omiso de sus advertencias,
aproximándose por detrás de la rubia con un brazo en alto.- ¡Aguanta Said! ¡Ahhhh!
El
grito de Andrés hizo que la mujer se detuviese y mirase hacia el. Metadonas hundió su cuchillo en el
cráneo de la criatura, perforándoselo hasta el tabique nasal en medio de un
chaparrón de sangre a toda presión que dejó los rizos de Andrés teñidos de rojo
y llenos de tropezones viscosos. Fue un hachazo
horizontal con tanta fuerza que ni siquiera pudo extraer el cuchillo del
cadáver de la criatura. Said se quedó embobando mientras observaba a su heroico
amigo, hasta que una orquesta de gritos a lo lejos le hizo girar el cuello hacia
su derecha, a la avenida principal. Una docena de charlis les estaban dando caza a lo lejos, atraídos por los grito
de Metadonas. Este le tendió la mano
al argelino y le ayudó a reincorporarse para salir por patas hasta casa del
gallego.
Said
echó un rápido vistazo a su alrededor antes de correr. El desvío de la rotonda
a su izquierda estaba colapsado por el accidente entre una ambulancia y un
turismo a la salida del hospital Virgen de la Caridad. No era el único tránsito
vedado. En la carretera de Barrio Peral
también había más vehículos siniestrados, reduciendo sus vías de escape considerablemente
cuando consiguieran hacerse con los vehículos.
Avanzando
todo recto por Juan Fernández tardaron
poco en toparse con más infectados atraídos por el olor a carne fresca. Una
jauría apareció a la altura de una iglesia que hacía pico esquina a lo lejos, a
la vez que Andrés miraba atrás una última vez y veía como sus perseguidores
habían sobrepasado un cajero de la Caixa a veinte metros de ellos.
- ¡Me
cago en la hostia! ¡Corre más rápido Said! ¡Los tenemos pegados encima!
Torcieron
a la izquierda en cuanto pudieron y se plantaron de bruces enfrente del portón de
la casa de su amigo. La verja exterior se encontraba abierta mientras José Luis
peleaba con las llaves para abrir la puerta principal. Los coches se
encontraban aparcados a cinco metros y tenían vía libre de obstáculos. Entraron
en el pequeño espacio entre ambas puertas y Metadonas
echó el pestillo justo a tiempo para que los charlis que los perseguían se quedasen al otro lado, zarandeando la
verja de poco más de un metro con furia.
- ¡Por
el amor de dios, abre ya esa maldita puerta! –gruñó Said mientras él y Andrés
hacían fuerza contra la verja para que no cediese. - ¡Date prisa hostia! ¡Estos cabrones me están vomitando encima!
- ¡Ya casi está joder! ¡Aguantad! –respondió mientras sostenía el manojo de llaves en las manos-.
Finalmente
el gallego dio con la llave correcta y entraron en el hall, donde inspiraron
grandes bocanadas de aire para recuperar el aliento antes de poder procesar
cualquier tipo de información. Los tres habían sobrevivido de una pieza y Said
aún no se lo podía creer. Observó que José Luis aporreaba el botón del ascensor
mientras un montón de lágrimas le caían por los ojos.
- Jose,
Jose, Joselas –le dijo mientras le
agitaba por el hombro- No se va a abrir. Aquí tampoco hay electricidad. - ¡Mierda, Joder! – José Luis golpeó la puerta del ascensor con ambas manos entre gritos- Lo siento Said. Lo siento de veras. No se que me ha pasado ahí fuera… He sido presa del miedo o algo así y os he abandonado –José Luis se derrumbó en el suelo, apoyado contra las puertas del ascensor y llevándose la cabeza entre las piernas para que no le viesen llorar-.
- Eso te ha ocurrido porque eres un cagao –dijo Andrés en tono de desprecio. Se encontraba fumando sentado sobre las escaleras, con las piernas aún temblándole a causa de la adrelanina-.
- No te preocupes ahora por eso –Said pasó por completo de las burlas de Metadonas y se centró en calmar a su amigo-. Esta situación es nueva para todos nosotros y has hecho lo que te pedí. Entremos en tu casa. No sabemos si el portal es seguro. Vamos –Said le tendió la mano para que se levantase-.
…………………………………………………………………………………..
- Eso si que es cierto. De ahora en adelante te debo una Metadonas.
- Me conformaría con un buen trago de cerveza para refrescarme el gaznate.
- Creo que aún nos quedan unos litros en el frigo. Voy a buscarlos.
José
Luis subió las persianas del salón y el reflejo de la luna atenuó la espesa
negrura que sumía su casa en la oscuridad. Después se tumbó en uno de los sofás
mientras Andrés hacía lo propio sobre un sillón. Estaban destrozados. Said
llegó al poco tiempo con un par de litronas aún frescas, pero antes de entrar
al salón se percató de que no estaban solos allí dentro.
- Joselas… ¿Dónde me dijiste que estaba tu
hermano?
- Con
unos amigos suyos en las seiscientas. ¿Por qué me lo vuelves a preguntar? - Pues porque creo que volvió a casa antes que nosotros…
- ¡¿Qué?! –con un salto el gallego se levantó del sofá y envuelto en una mezcla entre confusión y sorpresa se dirigió junto a su amigo. Metadonas también se levantó intrigado-.
Bajo la
fina capa de luz que se colaba desde los ventanales del resto de habitaciones
podían ver como reposaban sobre el suelo del pasillo unos vaqueros y un par de
bambas. Un fino reguero de gotas de sangre conducía desde la ropa hasta la
puerta de los aseos situados al fondo del pasillo. En el marco del interruptor
encendido habían quedado impresas en sangre las siluetas de varios dedos.
-
¡Psshh! Gonzalo, ¿estás ahí? –susurró Metadonas-.
- ¡Shhh!
Said
hizo señas para que los tres guardasen silencio. Luego mandó a José Luis que se
mantuviese alejado, enfocando con su linterna hacia la puerta. El argelino y
Andrés se posicionaron a ambos lados de esta y Said le indicó con un leve gesto
de manos a su amigo que procediese a abrir la puerta. Metadonas desenfundó su cuchillo de carnicero y tiró del pomo con
sutileza.
Antes
de poder abrirla del todo, el hermano de José Luis salió de entre la oscuridad
vociferando alaridos mientras agitaba los brazos en todas direcciones. Se
abalanzó sobre Andrés y lo tumbó. El chaval forcejeó a oscuras sobre el suelo
mientras pedía socorro. El tiempo parecía ir más despacio para el, y los quince
segundos que duró todo se le hicieron interminables hasta que una cascada de
líquido espeso comenzó a brotar de la cabeza de Gonzalo, salpicando el suelo y
las paredes mientras este chillaba como si estuviese siendo desollado como un cerdo
en mitad del pasillo. El cuerpo del infectado comenzó a ceder y Andrés cada vez
tenía que aplicar menos fuerza para combatirlo hasta que finalmente lo que
había entre sus brazos dejó de tener vida. No era ni humano ni charli. Tan solo un saco de carne y
huesos lleno de heridas punzantes a su espalda.
José
Luis lo había conseguido. Había vencido a sus miedos. Ya no era un cobarde que
huía despavorido, sino un superviviente armado de coraje frente a una situación
que ninguno de ellos hubiese deseado jamás.
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