sábado, 11 de agosto de 2012

SAID (3)

 24:37, CAMINO HACIA CASA DE JOSÉ LUIS

Bajar aquellos seis pisos por las escaleras se les hizo eterno. Cada vez que llegaban hasta el rellano de la siguiente planta, Said pensaba que uno de esos hijos de puta les atacaría desde las sombras, acabando con sus planes sin haber podido tan siquiera pisar el asfalto. Al otro lado de las viviendas podía oírse en ocasiones como alguien deambulaba por los pasillos, arrastrando las piernas por el suelo. A veces incluso podían escucharse gritos que hacían que el argelino y sus acompañantes se diesen la vuelta y mirasen en todas direcciones. Una mujer le pedía a su marido que se tranquilizase en el tercero B. Tras unas cuantas súplicas se escuchó un gruñido seguido de un grito ahogado. Luego, algo se desplomó sobre el suelo y se escuchó ese horrible sonido que habían escuchado en el vídeo de la res. El infectado debía de estar atragantándose con las vísceras de su mujer.


Pasaron aquel rellano a paso ligero hasta llegar a la altura de la primera planta. José Luis y Andrés Metadonas no se llevaban excesivamente bien. El gallego odiaba las drogas duras porque le habían destrozado la vida a su madre hasta matarla de una sobredosis y un estúpido comentario bajo toda aquella tensión bastó para desatar la tormenta.
- Paolo me ha comentado que te echaron del curro.
- Eso no es problema tuyo –le respondió José Luis con brusquedad-.
- Deberías de haberle echo caso a David y pasar de hacerte cresta. Por lo visto, hasta en media markt exigen tener una buena presencia.
- ¿Quién cojones te crees que eres para darme consejos? –José Luis se detuvo en seco y se quedó observándolo con rabia-.
- Nadie –Metadonas sonrió. La mierda que acababa de meterse estaba comenzando a funcionar y sentía la imperiosa necesidad de poner los nervios de José Luis a prueba-. Pero si cuando todo esto acabe no encuentras trabajo ya sabes que puedes trabajar para mí vendiendo mercancía-.
- ¡Maldito Hijo de puta!

José Luis agarró a Metadonas de la chupa con ambas manos y le propinó un rodillazo a la altura del bazo. Al recibir el impacto Andrés soltó la linterna, que rodó por las escaleras mientras apuntaba en todas direcciones a la vez que trataba de devolvérsela al gallego en medio de la oscuridad. Said escuchó como los cuerpos de ambos comenzaron a rodar escaleras abajo una vez que perdieron el control de sus piernas en medio del forcejeo. Podía escuchar como ambos tullidos gemían de dolor al pie de la barandilla, tendidos sobre el hall del edificio. Pese a lo aparatoso de la caída tan solo habían rodado diez escalones, y salvo unos cuantos moratones se encontraban perfectamente. Cuando se recuperaron del dolor Said les dio una buena colleja a ambos.
- ¿Estáis tontos o que? Como si no tuviésemos suficiente con los infectados –bramó el argelino-.
- ¡Ha empezado él! –jadeó su greñoso amigo mientras señalaba a Metadonas con la mano-.
- ¿Te crees que eso me importa? Hemos tenido suerte de que el edificio esté despejado y las puertas cerradas. De no ser así ya los tendríamos encima con todo el alboroto que habéis causado.
- Ya paso Said. Ha sido culpa mía, lo siento por el alboroto –se disculpó Andrés mientras se erguía-.

Cuando se repusieron de la caída avanzaron por el largo pasillo compuesto por buzones a un lado y un gigantesco espejo de cristal al otro. Said cambió de enfado a frustración en aquel instante. ¿Cuántas tardes de su vida habría pasado allí abajo ligando con la vecina del quinto o esperando a que el tardón de Paolo terminara de alisarse el pelo? Los buenos tiempos disfrutando de la vida acababan de finalizar hace unas horas, dando paso a un enturbiado futuro donde deberían vérselas envueltos en una guerra contra un enemigo mortal del cual apenas tenían información. “Hay que joderse”, maldijo para sí mismo.

Cruzaron el último tramo del pasillo agachados bajo la luz de la luna hasta llegar frente a la puerta principal. Said se colocó a un lateral de esta junto a Andrés y José Luis se situó en el franco contrario, asegurándose de que no hubiera charlis en el exterior. La cosa pintaba tranquila. Demasiado calmada para todo lo que había ocurrido durante las últimas horas. Un silencio sepulcral envolvía las calles haciendo que la tensión dentro del argelino fuese a más. Este miró los rostros de sus amigos y se dio cuenta de que ellos sentían exactamente lo mismo. Pasaron allí tres largos minutos mientras reproducían en sus cabezas el plan que habían trazado previamente. Metadonas abriría la puerta, seguido de José Luis mientras Said cerraba el grupo, cruzando calle abajo a toda velocidad hasta la casa del gallego.
- Chicos… -Said tragó saliva mientras las pulsaciones se le disparaban- Puede que este sea nuestro final… -ahora sentía como si el corazón fuese a salirle disparado. Aquellas no habían sido unas palabras muy acertadas, pero debía continuar con su discurso hasta el final- Pase lo que pase ahí fuera, quiero que me aseguréis que si yo o alguno de vosotros se queda rezagado nadie acudirá a su rescate. Hay que alcanzar esos vehículos y traerlos hasta aquí. En una situación como esta no podemos dejarnos llevar por los sentimientos –hizo una pausa-. De héroes está lleno el cementerio. Las imprudencias se pagan con la vida y hay que ser egoísta para sobrevivir. Si vamos a morir mejor uno que dos –ser eficaz; esa había sido la filosofía del argelino en la vida, y hasta el momento todo le había salido bien. El mestizo sabía mejor que nadie que si confías demasiado en las personas acabas recibiendo una puñalada trapera antes o después-.
- Tienes razón Said. Yo también quiero añadir algo –dijo José Luis mientras empuñaba uno de sus afilados cuchillos. El brillo de la luna se reflejaba en el acero de la hoja, iluminándole unos ojos empañados en lágrimas-.  Se que nunca hemos usado una de estas, pero no podemos echarnos atrás. Son ellos o nosotros.
- Muy emotivo muchachos. Vais a conseguir que acabe llorando –el sarcasmo era claramente evidente en las palabras del flaco de pelos rizados-. ¡Salgamos ya a por Rafa hostias!

Rafael y Andrés eran muy amigos. Ambos habían crecido juntos en La Aljorra, un pequeño pueblo a las afueras de Cartagena. Ya con dieciocho años, cuando Rafa empezó a desvariar con todas sus teorías sobre alienígenas, acudían por las noches a una casa en obras junto al campo. Se sentaban encima de una pila de ladrillos y fumaban maría. El grandullón hablaba sobre abducciones y reptilianos mientras observaban las estrellas. “Mira al cielo y aprende de ellos” mascullaba siempre Rafa… Metadonas no iba a permitir que la única persona del mundo que le había ayudado a sobrellevar su vida de mierda sin acabar en prisión o suicidándose muriese en el Ápoca. Debían darse prisa y debían hacerlo ahora.

- Espera Metadonas. Quiero decir unas últimas palabras –Said le agarró por el hombro para volver a sentarlo en su sitio-… Os quiero. Me lo he pasado genial con vosotros desde que volví del ejército, siempre os agradeceré como os portasteis conmigo después de estar tres años sin apenas saber de mi –miró a José Luis y le arreó una colleja con cariño-. ¡Sois únicos chavales!
- ¡Tú también nos caes bien joder! –le respondió José Luis a la par que le devolvía la caricia en la nuca-.

Metadonas asintió con la cabeza a modo de aprobación y tras la emotiva conversación Said le hizo un gesto para que procediese a girar el pomo. Poco a poco, la puerta se fue abriendo limpiamente sin hacer ninguna clase de chirrido, lo cual fue muy gratificante. Se miraron fijamente una última vez entre ellos. Todo lo que tenían que decir estaba dicho y sabían lo que tocaba hacer.
- Buena suerte camaradas… ¡Ahora!
……………………………………………………………………………………….

José Luis y Metadonas descendían ágilmente por la calle Carmen Conde hasta llegar a la intersección con Jorge Juan, la avenida principal que separaba el bloque de edificios de Paolo de la manzana de casa de José Luis. Said les seguían desde atrás. La zona parecía segura. El enemigo se había retirado y tenían vía libre.
Habrían pasado como veinte segundos desde que echaron a correr hasta llegar a la altura de la rotonda de la avenida principal. Fue entonces cuando los vieron emerger desde detrás de una zona verde, procedentes de una plaza cercana, sesgando sus posibilidades de éxito. A la izquierda de los muchachos se encontraba el acceso a la salvación –la calle Juan Fernández-, mientras que por la derecha se les aproximaban velozmente dos podridos. Uno era más joven que ellos. Un muchacho normal y corriente al que la vida le había pasado una mala jugada. Llevaba el uniforme de su escuela –pantalón gris y camisa azul de manga larga- y por la boca le caían goterones de sangre hasta la barbilla. Las salpicaduras de sangre ajena le cubría el cuello de la camisa, indicando que acababa de darse un buen festín con las tripas y vísceras de algún desafortunado. Tras el, una rubia treintañera en chándal le seguía hacia ellos. Ambos producían estridentes chillidos que resonaban a lo largo de toda la calzada, como si de un grito de guerra o una llamada a la manada se tratase, mientras corrían encorvados con un peculiar meneo de caderas muy exagerado.

Los tres supervivientes aumentaron su velocidad. Para los dos primeros no había problema en llegar hasta Juan Fernández sin ser interceptados, pero el primer charli se le echó encima a Said desde su flanco derecho. No tenía posibilidad alguna de esquivarlo, así que se frenó en seco y apuntó con ambos cuchillos hacia la joven bestia, esperando aterrado a que se produjese el choque mientras entornaba los ojos y pensaba que su enemigo era tan solo un crío.

Tras el fuerte impacto Said cayó al suelo. En una situación normal ese piltrafilla no habría conseguido tumbar al moro con tanta facilidad, pero tanta ansiedad buscando por donde explotar le pasó una mala jugada al argelino. El monstruo salió disparado a gran velocidad por el choque y acabó varado a cuatro metros por detrás de él, con ambos cuchillos clavados en el tórax y escupiendo a borbotones un asqueroso y sanguinolento poso oscuro por la boca mientras intentaba ponerse en pie. Said observó estupefacto como aquello no le impedía al charli intentar levantarse y se dio cuenta de que eso ya no era un crío, sino una puta bestia carnívora incapaz de sentir dolor. Cuando miró hacia delante y vio a la mujer infectada ya era demasiado tarde, la tenía a escasos metros como para levantarse y tratar de defenderse. Además, tras la paliza a correr y el frenazo en seco, su cuerpo se encontraba bloqueado e hiperventilando.
El argelino tristemente hubiese encontrado su final de no ser por un enano flacucho de pelo rizado que había hecho caso omiso de sus advertencias, aproximándose por detrás de la rubia con un brazo en alto.
- ¡Aguanta Said! ¡Ahhhh!

El grito de Andrés hizo que la mujer se detuviese y mirase hacia el. Metadonas hundió su cuchillo en el cráneo de la criatura, perforándoselo hasta el tabique nasal en medio de un chaparrón de sangre a toda presión que dejó los rizos de Andrés teñidos de rojo y llenos de tropezones viscosos. Fue un hachazo horizontal con tanta fuerza que ni siquiera pudo extraer el cuchillo del cadáver de la criatura. Said se quedó embobando mientras observaba a su heroico amigo, hasta que una orquesta de gritos a lo lejos le hizo girar el cuello hacia su derecha, a la avenida principal. Una docena de charlis les estaban dando caza a lo lejos, atraídos por los grito de Metadonas. Este le tendió la mano al argelino y le ayudó a reincorporarse para salir por patas hasta casa del gallego.
Said echó un rápido vistazo a su alrededor antes de correr. El desvío de la rotonda a su izquierda estaba colapsado por el accidente entre una ambulancia y un turismo a la salida del hospital Virgen de la Caridad. No era el único tránsito vedado. En la carretera de Barrio Peral también había más vehículos siniestrados, reduciendo sus vías de escape considerablemente cuando consiguieran hacerse con los vehículos.

Avanzando todo recto por Juan Fernández tardaron poco en toparse con más infectados atraídos por el olor a carne fresca. Una jauría apareció a la altura de una iglesia que hacía pico esquina a lo lejos, a la vez que Andrés miraba atrás una última vez y veía como sus perseguidores habían sobrepasado un cajero de la Caixa a veinte metros de ellos.
- ¡Me cago en la hostia! ¡Corre más rápido Said! ¡Los tenemos pegados encima!


Torcieron a la izquierda en cuanto pudieron y se plantaron de bruces enfrente del portón de la casa de su amigo. La verja exterior se encontraba abierta mientras José Luis peleaba con las llaves para abrir la puerta principal. Los coches se encontraban aparcados a cinco metros y tenían vía libre de obstáculos. Entraron en el pequeño espacio entre ambas puertas y Metadonas echó el pestillo justo a tiempo para que los charlis que los perseguían se quedasen al otro lado, zarandeando la verja de poco más de un metro con furia.  
- ¡Por el amor de dios, abre ya esa maldita puerta! –gruñó Said mientras él y Andrés hacían fuerza contra la verja para que no cediese.
- ¡Date prisa hostia! ¡Estos cabrones me están vomitando encima!
- ¡Ya casi está joder! ¡Aguantad! –respondió mientras sostenía el manojo de llaves en las manos-.

Finalmente el gallego dio con la llave correcta y entraron en el hall, donde inspiraron grandes bocanadas de aire para recuperar el aliento antes de poder procesar cualquier tipo de información. Los tres habían sobrevivido de una pieza y Said aún no se lo podía creer. Observó que José Luis aporreaba el botón del ascensor mientras un montón de lágrimas le caían por los ojos.
- Jose, Jose, Joselas –le dijo mientras le agitaba por el hombro- No se va a abrir. Aquí tampoco hay electricidad.
- ¡Mierda, Joder! – José Luis golpeó la puerta del ascensor con ambas manos entre gritos- Lo siento Said. Lo siento de veras. No se que me ha pasado ahí fuera… He sido presa del miedo o algo así y os he abandonado –José Luis se derrumbó en el suelo, apoyado contra las puertas del ascensor y llevándose la cabeza entre las piernas para que no le viesen llorar-.
- Eso te ha ocurrido porque eres un cagao –dijo Andrés en tono de desprecio. Se encontraba fumando sentado sobre las escaleras, con las piernas aún temblándole a causa de la adrelanina-.
- No te preocupes ahora por eso –Said pasó por completo de las burlas de Metadonas y se centró en calmar a su amigo-. Esta situación es nueva para todos nosotros y has hecho lo que te pedí. Entremos en tu casa. No sabemos si el portal es seguro. Vamos –Said le tendió la mano para que se levantase-.
…………………………………………………………………………………..


 - Increíble. Lo hemos logrado –pronunció el argelino con alegría, mientras cerraba la puerta de la casa de su amigo y se desplomaba sobre el suelo-.
- Lo verdaderamente increíble es que aún estemos todos vivos.
- Eso si que es cierto. De ahora en adelante te debo una Metadonas.
- Me conformaría con un buen trago de cerveza para refrescarme el gaznate.
- Creo que aún nos quedan unos litros en el frigo. Voy a buscarlos.

José Luis subió las persianas del salón y el reflejo de la luna atenuó la espesa negrura que sumía su casa en la oscuridad. Después se tumbó en uno de los sofás mientras Andrés hacía lo propio sobre un sillón. Estaban destrozados. Said llegó al poco tiempo con un par de litronas aún frescas, pero antes de entrar al salón se percató de que no estaban solos allí dentro.

- Joselas… ¿Dónde me dijiste que estaba tu hermano?
- Con unos amigos suyos en las seiscientas. ¿Por qué me lo vuelves a preguntar?
- Pues porque creo que volvió a casa antes que nosotros…
- ¡¿Qué?! –con un salto el gallego se levantó del sofá y envuelto en una mezcla entre confusión y sorpresa se dirigió junto a su amigo. Metadonas también se levantó intrigado-.

Bajo la fina capa de luz que se colaba desde los ventanales del resto de habitaciones podían ver como reposaban sobre el suelo del pasillo unos vaqueros y un par de bambas. Un fino reguero de gotas de sangre conducía desde la ropa hasta la puerta de los aseos situados al fondo del pasillo. En el marco del interruptor encendido habían quedado impresas en sangre las siluetas de varios dedos.
- ¡Psshh! Gonzalo, ¿estás ahí? –susurró Metadonas-.
- ¡Shhh!

Said hizo señas para que los tres guardasen silencio. Luego mandó a José Luis que se mantuviese alejado, enfocando con su linterna hacia la puerta. El argelino y Andrés se posicionaron a ambos lados de esta y Said le indicó con un leve gesto de manos a su amigo que procediese a abrir la puerta. Metadonas desenfundó su cuchillo de carnicero y tiró del pomo con sutileza.
Antes de poder abrirla del todo, el hermano de José Luis salió de entre la oscuridad vociferando alaridos mientras agitaba los brazos en todas direcciones. Se abalanzó sobre Andrés y lo tumbó. El chaval forcejeó a oscuras sobre el suelo mientras pedía socorro. El tiempo parecía ir más despacio para el, y los quince segundos que duró todo se le hicieron interminables hasta que una cascada de líquido espeso comenzó a brotar de la cabeza de Gonzalo, salpicando el suelo y las paredes mientras este chillaba como si estuviese siendo desollado como un cerdo en mitad del pasillo. El cuerpo del infectado comenzó a ceder y Andrés cada vez tenía que aplicar menos fuerza para combatirlo hasta que finalmente lo que había entre sus brazos dejó de tener vida. No era ni humano ni charli. Tan solo un saco de carne y huesos lleno de heridas punzantes a su espalda.

José Luis lo había conseguido. Había vencido a sus miedos. Ya no era un cobarde que huía despavorido, sino un superviviente armado de coraje frente a una situación que ninguno de ellos hubiese deseado jamás.

 José Luis había matado a su hermano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario